Is 22,19.23; Sal 137; Rom 11,33-36; Mt 16,13-20

Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Así responde Pedro, y todos nosotros con él, a la pregunta del Señor. Hoy podemos hacer realidad de nuevo esa respuesta: el papa Benedicto XVI, rodeado de cientos de miles de jóvenes, responde al Señor de nuevo. Y el Señor una vez más le manifesta ante nosotros: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

Nuestro seguimiento de Jesús pasa por esta afirmación, pues nuestra carne sacramental es carne de Iglesia. La Iglesia no es algo en lo que, luego, cada uno por su cuenta, o quizá todos en conjunto, cantemos reunidos los aleluyas para que nuestro corazón se recaliente, sino que ella es el lugar del seguimiento. Quien nos es visible, el Hijo, quien nos dijo a cada uno de nosotros: Sígueme, y nosotros nos fuimos con él, persona a persona, rostro a rostro, vida a vida, quien nos hace visible al Invisible, nos reúne en su carne. No es el nuestro un seguimiento en gaseosidades, puramente espirituosas. Nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestros ojos, nuestros pies, nuestra razón, nuestro corazón se van con él, el Encarnado. Carne igual en todo a la nuestra, excepto en el pecado. Carne de fraternidad. Comunión de todos en el Señor. Comunión en la sacramentalidad de la carne. Comunión en el pan y el vino. Comunión que se nos da en la Iglesia. Por eso, es fantástico que sea hoy, precisamente, cuando el Señor nos pregunte a todos, no a uno acá y a otro allá, sino a todos a la vez, como se lo preguntó por primera vez a los discípulos al llegar a Cesarea de Filipo: ¿Quién dice la gente que soy yo?, y vosotros, ¿quién decís que soy?

Hoy responde Benedicto XVI, el sucesor de Pedro, en su nombre y en el de todos nosotros. Ni la suya ni la nuestra es una respuesta meramente personal, sino que en comunión somos todos a una los que respondemos. Una respuesta en comunión, en la que se perfila la Iglesia, que estará siempre construida en ese basamento. Una respuesta de Encarnación. Comunión de nuestras carnes que se hacen una en la respuesta de Pedro. Una comunión de respuesta que prepara la sacramentalidad que surge, tras la lanzada en el costado de Jesús, muerto en la cruz, con la sangre y el agua.

No, la Iglesia no es una entidad puramente espiritual, a la que acceden los santos, los elegidos en la pureza desencarnada de sus vidas. La Iglesia es la comunión de los santos, sí, pero de los santos —recordad que Pablo siempre nos llama los santos— que vivimos en nuestra fragilidad el seguimiento del Señor, que comemos en la comunión de su carne y bebemos de su sangre, que recibimos en la Iglesia —la Iglesia es Comunión— los sacramentos, es decir, la gracia en torrentera que viene desde el costado de Cristo, pues por el único sacrificio de Cristo, tu Unigénito, rezamos a Dios en la oración de las ofrendas: te has adquiero un pueblo de hijos.

Hoy en las campas donde el papa Benedicto XVI celebra la eucaristía ante tantos jóvenes venidos de los cuatro puntos cardinales, se hace pura visibilidad esa comunión que es la Iglesia. Pedro y los discípulos están aquí. Nuestra propia carne reunida en la celebración de la eucaristía, en la alegría de la Iglesia, realiza esa comunión. ¡Somos Iglesia! ¡Somos la Iglesia de Dios Padre y del Señor Jesucristo!