Ap 21,9b-14; Sal 144; Ju 1,45-51

El libro del Apocalipsis, mirando las visiones de los últimos tiempos, nos indica con fuerza portentosa nuestro ser de cada día. ¿Estamos perseguidos o menospreciados o disminuidos o sin saber muy bien quiénes somos y que haremos? Sí, es verdad, pero ya desde ahora en nosotros, en la Jerusalén que baja del cielo, la Iglesia de Dios y del Señor Jesucristo, se nos muestra la Gloria, gloria de Dios, pues Gloria es el mejor indicativo de quién y cómo es Dios nuestro Padre. La Gloria está viviendo a nosotros. Está en nosotros. ¿Os acordáis cómo estaba también en la nube que dirigía día a día al pueblo elegido en su caminar por el desierto? El ángel nos muestra a la novia del Cordero, y en éxtasis, transportado a un monte altísimo, vio el Vidente Juan la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la Gloria de Dios. Piedra preciosa, jaspe, muralla alta, doce puertas con doce ángeles y con doce nombres grabados, Visión que pone en su basamento los nombres de los apóstoles del Cordero. ¿Qué es todo esto, meras visiones de una virtualidad engañadora, o es esa la realidad eclesial de nuestra vida?

Leer tales cosas en la celebración de hoy, cuando se van apagando en nuestro corazón los ecos de las campas de Cuatro Vientos, no enseña una realidad. Esa en la que estamos. Porque el seguimiento de Jesús, que vivimos en la Comunión de la Iglesia, no es algo de un momento dejado ya en el pasado, sino que dura siempre, mora siempre en nosotros. Vivimos en esa Comunión. Comunión del seguimiento. ¿Por qué?, ¿cómo es ello posible?, pues parecemosestar quedando vacíos de toda fraternidad comunional, cada uno en la soledad de su casa, de su trabajo, de su estudio, viviendo en el mero recuerdo de algo grande, pero que puede parecer que ya no conmueve nuestra esperanza. ¿Amor?, sí, pero difuso, que se va alejando de modo inexorable.

Oíste el ‘Sígueme’ de Jesús, y le seguiste, pero ahora parece que ya no sabes ni qué hacer ni cuál ha de ser el camino de ese seguimiento. Parece faltarte la calentura de otras carnes junto a la tuya que se frotaban en aquellas campas benditas. Ah, no, pues pareces olvidarte de que el Espíritu de Jesús está en ti, ha tomado posesión de tu carne, me dan ganas de decir que se ha encarnado en ti, pues te ha divinizado para que tu ser, y tu vida con él, continúen en el camino iniciado, camino de seguimiento de Jesús, quien te llamó, eligiéndote, para hacer de ti un apóstol, un miembro real de esa Iglesia que se presenta ante el mundo como sacramento de salvación para todos. Todo pende de ti ahora. Las uvas no nacen en el tronco de la vid, sino en los sarmientos, siempre que estén bien injertados en él. Esa es ahora tu misión salvadora. Que aunque nada dependa de ti, en realidad todo penda de ti, de tu ser, de lo que hagas con tu vida, de tu quehacer.

Carne transfigurada la tuya. ¿Qué significa expresión tan extraña? En ti, en tu quehacer, en tu vida, en tu carne, se verá a Cristo. Carne sacramental que participa del agua y de la sangre, del pan y del vino. Será ahora cuando comiendo de lo tuyo, de lo que tú das, de lo que tú haces, de la gracia de Dios que se transmite por tu medio, cuando comiendo de ti, reciban también al Espíritu de Dios.