Comentario Pastoral
SUBIR A JERUSALÉN

La vida cristiana, inspirada y basada en la fe, es profundamente interior, y no se reduce a objetos, ritos o leyes. Somos santificados por acción del Espíritu Santo de Dios, que actúa directamente en el corazón de los creyentes. A todos los cristianos, como a Jeremías, la Palabra dulce de Dios se puede volver amarga y el amor seducción. A todos los cristianos, como a Jeremías, la Palabra dulce de Dios se puede volver amarga y el amor seducción. Sin embargo, esa misma Palabra, desde su verdad interior más profunda, nos invita a seguir cargando con la cruz.

El camino del profeta y del discípulo es ciertamente el camino de la cruz, que conoce oscuridades, abandono, silencios, sufrimientos. Cargar con la cruz no es otra cosa que negarse a sí mismo, saber renunciar y perder. Cristo sugiere un «perder» especial, para saber encontrar.

El final de la perícopa evangélica de este domingo es una mirada luminosa a la Pascua y al juicio liberador. Y es que la solidaridad con el Cristo sufriente desemboca en solidaridad con el Cristo glorioso. Nunca el dolor cristiano es desesperación, pues el yugo del Señor es siempre llevadero y su carga ligera.

Pero el comienzo de este evangelio dominical presenta la brusca reacción del apóstol Pedro ante el anuncio de la pasión del Señor. «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte». Reacción comprensible e impetuosa, cargada de amor hacia el Maestro, pero que no comprende los designios de Dios. «¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». Cuántas veces no sabemos aceptar y comprender los caminos de actuación de lo que llamamos «providencia o misterio de Dios». Es decir, que ordinariamente, junto a la fe proclamada o celebrada, nos movemos entre el desconcierto de las reacciones puramente humanas, los esquemas humanos, los pensamientos humanos.

No es fácil subir a Jerusalén, para padecer allí mucho y consumar la obra redentora. El anuncio de la tragedia del Viernes Santo nunca es oportuno ni agradable. Cargar con la cruz no es eslogan de gran atractivo publicitario, aunque nos hace conocer y experimentar lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Jeremías 20, 7-9 Sal 62, 2. 3-4. 5-6. 8-9
san Pablo a los Romanos 21-12, 1-2 san Mateo 16, 21-27

Comprender la Palabra

La primera lectura pertenece a las «confesiones» de Jeremías: angustia del profeta que tiene que decir a su pueblo todo lo contrario de lo que el pueblo quiere oir. Jeremías es un testimonio de lo que significa la misión profética de denuncia, de advertencia severa y de riesgo extremo porque ha recibido la misión de estar entre Dios y el pueblo infiel. La misión profética se realiza en el corazón de la historia real y concreta del pueblo de Dios: por amar a su pueblo y hablar con sinceridad, el profeta es incomprendido, hecho objeto de burla y maltratado. En muchos detalles se anticipa la Pasión de Cristo. Jeremías ha sido considerado como prototipo de la figura de Jesús. Siervo doliente y fiel, tanto en su misión como en su pasión. Dios elige a sus enviados, no les exime de sus riesgos, aunque los protege. La fe en Dios pone en acción toda la intimidad del hombre.

San Pablo añade a la siempre difícil parte doctrinal de sus Cartas, unas exhortaciones prácticas, en estilo claro y sencillo. El texto de hoy es una introducción a los cuatro capítulos (12-15) de tales exhortaciones, con las que concluye su carta a los Romanos. La vida cristiana, dice, es como una liturgia espiritual. Su norma, la amable voluntad de Dios. El Espíritu Santo, que mora en la nueva comunidad, garantiza y empuja la realización y experiencia de una nueva presencia de Dios en medio de su nuevo pueblo. Lo que agrada a Dios es lo bueno, lo perfecto, lo que se realiza en el marco de la alianza con su pueblo, en el marco de la experiencia y enseñanza de Jesús. Hoy como ayer, un culto verdadero conlleva un encuentro más vivo con los otros, según el proyecto de Dios.

En este domingo comienza la segunda parte del evangelio según san Mateo. La primera parte se recapituló con la afirmación: Jesús es el Mesías. La segunda parte, abre una perspectiva que ninguno de sus discípulos es capaz de comprender: el Mesías ha de establecer el Reino de Dios pasando por la Cruz. El texto evangélico de hoy tiene por centro la primera de las tres predicciones de la Pasión: en su próxima visita a Jerusalén le esperaba un abismo de padecimientos y la más horrible pena de muerte. El evangelio evoca el momento en que Jesús abrió por primera vez a los ojos de sus discípulos la perspectiva desconcertante y abrumadora de la Cruz.

Jesús vuelve la mirada a lo genuino en la voluntad de Dios y lo auténtico, lo que realmente está consignado en las Escrituras: el camino del sufrimiento sustitutivo del Siervo de Yahvé.
En la humillación de la Cruz, se manifiesta el poder soberano de Dios y su amor misericordioso por la humanidad caída. Será necesaria la experiencia pascual y el don del Espíritu Santo para penetrar en el misterio de la personalidad de Jesús y de su misión. Hoy no sólo los hombres en general, sino incluso los discípulos, no acabamos de entender que a la gloria se va por el camino de la Cruz. El mundo necesita la fortaleza de los creyentes y su humildad en la presentación del mensaje evangélico, porque eso es lo bueno para el propio hombre.

Ángel Fontcuberta

 

sugerencias litúrgicas

El Aleluya

El salmo responsorial, como visto el domingo anterior, es un texto mediativo que invita a la asamblea a participar anteriormente en la oración. El Aleluya, en cambio, es un canto aclaratorio de toda la asamblea: su estribillo debe ser cantado por el coro o por toda la asamblea, versículo, o bien se omite este canto. Convertir el Aleluya en el canto de un solista que alterne con la asamblea – más aún si el soplista se sitúa en el ambón – desfigura el carácter de esta ìeza y hace más monótono y menos orante el conjunto de la celebración (cfr. IGMR, 309). Este proceder asemeja indebidamente al Aleluya a un nuevo salmo responsorial.

 

mejorar la celebración de la Eucaristía

Ritos iniciales de la celebración eucarística (cont).

La Oración colecta

«Luego el sacerdote con las manos juntas invita al pueblo a orar diciendo: Oremos. Todos, juntamente con el sacerdote, oran en silencio durante breve tiempo. Entonces el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración colecta, y cuando ésta termina, el pueblo exclama:
Amén» (IGMR, 127).
El momento de silencio debe servir para ser conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente la súplica.

La oración colecta expresa la índole de la celebración, según la fiesta o tiempo litúrgico que se celebre. Siguiendo una antigua tradición de la Iglesia, la oración colecta suele dirigirse a Dios Padre, por medio de Cristo en el Espíritu Santo y se termina con la conclusión trinitaria, la más larga:
– si se dirige al Padre:
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos;
– si se dirige al Hijo:
Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos.
El pueblo, para unirse a esta súplica, la hace suya con la aclamación: Amén.
En la Misa se dice siempre una única colecta, sin añadir otras, como se podía hacer antes. Lo mismo dirá de las otras oraciones breves, la de las ofrendas (IGMR, 77) y la poscomunión (IGMR, 89).
Cuando una solemnidad o fiesta coincide con un domingo de Adviento, Cuaresma o Pascua, como por ejemplo, la Inmaculada en Adviento, San José o la Encarnación del Señor en Cuaresma, la oración propia de la solemnidad se puede recitar como oración conclusiva de la Oración de los fieles.

Ángel Fontcuberta

Para la Semana

Lunes 29:
El martirio de San Juan Bautista. Dió su sangre como supremo testimonio por el nombre de Cristo.

1Ts 4,13-18. A los que han muerto, Dios, por medio
Jesús, los llevará con él.

Marcos 6,17 29. Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.

Martes 30:

1Tesalonicenses 5,1 6.9 11. Murió por nosotros para que vivamos con él.

Lucas 4,3 1 37. Sé quién eres: el Santo de Dios.

Miércoles 31:

Colosenses 1,1 8. El mensaje de la verdad ha llegado a vosotros, y al mundo entero.

Lucas 4,38 44. También a los otros pueblos tengo que anunciaros el Reino de Dios, para eso me han enviado.
Jueves 1:

Colosenses 9,1 14. Nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.

Lucas 5,1 11. Dejándolo todo, lo siguieron.
Viernes 2:

Colosenses 1,15 20. Todo fue creado por él y para él.

Lucas 5,33 39. Llegará el dia en que se lleven al novio, y entonces ayunarán.
Sábado 3:
San Gregorio Magno (540 604), prefecto de Roma, diácono, nuncio apostólico, teólogo, papa.

Colosenses 1,21 23. Dios os ha reconciliado para haceros santos, sin mancha.

Lucas 6,1 5. ¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?