El confesionario es un lugar de alto riesgo. Dicen los pesimistas que el sacramento de la reconciliación está en crisis, no es así en mi parroquia donde se confiesa bastante (aunque reconozco que en 20 años es la parroquia que más confieso). Estamos todo el tiempo que estamos en la parroquia a disposición de los penitentes (como es un barracón no tiene muchos lugares donde esconderse), y siempre media hora antes de la Misa (durante la Misa también, que habrá  a quien le siente mal pero a los que se confiesan les sienta muy bien). Normalmente el que se sienta antes es el que celebra. Suele ocurrir que cuando quedan seis minutos para la Misa llega el o la penitente de turno…, justo el que tiene ganas de hablar Y empieza a contarte una cosa, y otra, y se explica y otra vez por si no te ha quedado claro, y vas viendo el reloj que avanza inexorablemente hacia la hora de comenzarla Eucaristía. Entonces, si es algo que realmente hay que hablar, le emplazas para cuando acabe la Misa y si, como casi siempre, no es algo muy trascendental tienes que animarle a que concrete y se vaya callando (con mucha caridad y una sonrisa). Hay personas buenísimas, pero también las hay que hablan muchísimo (sin que por eso sean menos bondadosas). hablan tanto que ni se escuchan, ni te escuchan, ni escuchan a Dios.

“Había en la sinagoga un hombre que tenla un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: -« ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.» Jesús le intimó: -«¡Cierra la boca y sal!» El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño.” El silencio es algo estupendo. Si todos guardásemos silencio un rato al día las cosas irían bastante mejor. El silencio de oración en Cuatro Vientos fue mas elocuente que las mejores palabras del Papa (y eso que el Papa trasmite muy bien lo que quiere decir). Antes de hablar deberíamos callar, y tal vez no hablaríamos.

Estoy convencido que en muchas ocasiones el Espíritu Santo quiere hablarnos, pero hemos llenado también nuestra oración de ruidos y nos tiene que gritar: ¡Cierra la boca!. hace unos cuantos años no había cosa más peligrosa que los que llamaban los “talleres de oración”. Preparar un rato de oración en comunidad era como preparar una gran coreografía, lo importante es que todo el mundo hiciese algo (de lo que estaba pendiente todo el rato, y no de otra cosa), y una vez que todos habían hecho o dicho se terminaba la oración. Los ratos de silencio estaban proscritos como “poco creativos”. Gracias a Dios hoy volvemos a valorar el silencio. Somos “hijos de la luz y del día” luego podemos contemplar, no hace falta llenarlo todo de ruidos. Si uno hace un buen examen de conciencia antes de confesarse, en silencio, seguro que es más concreto y da menos vueltas a sus circunstancias.

Pidámosle a María, nuestra madre, un gran amor al silencio.