Da, 7,9-10.13-14 o Ap 12,7-12a; Sal 137; Jn 1,47-51

Habrá un día en el que el acusador y sus ángeles serán abatido para siempre. Entonces se establecerá la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; los ángeles que rodean el trono de Dios vencerán en virtud de la sangre del Cordero. Día definitivo. Día de gloria. Estad alegres. Miguel, protector de la Iglesia contra todas las asechanzas del ángel Malo que busca devorarla y devorarnos. Gabriel, mensajero de Dios que anuncia en María los tiempos mesiánicos. Rafael, médico de Dios y compañero de viaje del joven Tobías y de cada uno de nosotros.

No estamos solos. Una legión de ángeles siguen nuestros pasos en el seguimiento de Jesús. El Espíritu Santo mora en nosotros, pero, además, los ángeles nos rodean y protegen. Ángeles de Dios. Nuestra vida está siempre salvaguardada en la tierra por ellos, que asisten continuamente a Dios en el cielo. Vemos la escala de Jacob que de nosotros llega hasta el cielo, y a los ángeles subir y bajar por ella. No estamos solos. Ellos nos alientan y cuidan nuestro pasos. Nuestra carne ha alcanzado, por la gracia de la sangre del Cordero derramada en la cruz, su plenitud, mejor, alcanza su plenitud en la suave suasión atractiva de ese seguimiento, porque el Señor no nos abandona. Lucha épica la que se desarrolla en nuestro interior. Los ángeles del mal y los ángeles del bien se disputan nuestra alma. Unos quieren destrozar nuestra carne de suasión, otros nos defienden para que nuestro ser sea carne de Dios en el seguimiento de Jesús. Lucha épica que durará toda nuestra vida. Mas no tengáis miedo, sabemos quién ha de vencer al final. Cuidado, esto no significa que podamos abandonarnos como si la victoria fuera ya ahora nuestra y segura, Los ángeles del mal nos devorarían. Sí, es verdad, la gracia que se nos ofrece en la sangre del Cordero nos proporciona la certeza: estamos salvados, pero nos queda vivir todavía esa salvación en nuestra vida de todos los días, en los pasos que estamos dando, primero uno y luego otro, en largura infinita. No podemos presuponer el final feliz. Sí, saber, en cambio, que es la posibilidad más real de nuestra vida de seguimiento. Pero los ángeles del mal pueden estirar de nosotros con otras suasiones que nos lleven a otras atracciones, a otros enamoramientos, a otros punto que nada tienen que ver con Jesucristo. Es una batalla campal que dura la vida entera. Los ángeles y los arcángeles nos protegen de parte de Dios. Son su complacencia, por eso los veneramos, como signo de la inmensidad y excelencia de Dios sobre todas sus criaturas.

¿Estarías solo estirado por los ángeles del mal, enamorado de ellos, arrastrado a sus puntos de vacío y de nada?  Esto se da en ti y en mí, no cabe ninguna duda. ¿No habrá, pues contrapeso de esa batalla campal que se ofrece en tu interior? Seguiremos al Señor, nadie ni nada nos apartará de él y de aquella palabra tan tenue que parece quedar en la obscuridad de un pasado alejándose de nosotros a grandes pasos. ¿Cómo seguiremos oyendo hoy en la memoria de nuestra carne el sígueme de Jesús? Necesitamos protección, anuncio y medicina. En sueños también nosotros vemos la escala de Jacob, y a los ángeles subir y bajar desde el trono del Cordero.

Y tú, no tengas miedo, sígueme.