Los Santos Ángeles Custodios (Fiesta patronal de los cuerpos de la Policía). Santos: Alderaldo, Odrán, Tomás de Cantalupo, confesores; Dagamundo, abad; Eleuterio, Primo, Cirilo Secundario, Wareim, mártires; Guillermo, Leodegario, obispos; Saturio, Sereno, eremitas.

Hace falta fe para creer en los ángeles. Más, cuando uno se topa cada día por cualquier esquina con gente que ni siquiera cree en Dios o que dice vivir como si no existiera o con quien, en un alarde de sinceridad, confiesa que la religión es un tema que no le preocupa, a estos, hablarles de los ángeles es traerles a la memoria aquel lejano recuerdo de infancia cuando la abuela le ayudaba a terminar el día, metiéndolo –criatura ella o él– en la cama, y repitiéndole con eterna paciencia, palabra por palabra, aquello de «cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan…». Elucubrar sobre los ángeles no es precisamente la actividad intelectual más potente o deseada en la cultura actual, que cataloga como pérdida de tiempo cualquier cosa que no lleve consigo un «pringue», perdón, un aspecto lucrativo.

Pero no quedará este santoral sin mencionar a los ángeles.

Y repito que hace falta fe para aceptar su existencia. Porque, si fe es creer lo que no se ve, creer en el ángel es hacerle caso a alguien que nos lo dijo algún día y que nos merecía toda confianza. La razón es que ninguno se topa por ahí con un ángel que le indique la dirección exacta del primo que vive en una urbanización nueva, ni consigue el crédito bancario por el aval que firme el personaje celeste. Vamos, que un ángel no es alguien a fotografiar, ni una celebridad que pueda firmar un autógrafo. Por eso, creer que existe es tener fe. Y quien nos habla de su existencia es el mismo Dios; solo por la revelación que está contenida en la Biblia conocemos que existen y cómo son.

Criaturas, esto es, hechos; nada de semidioses; ‘un tiempo’ no fueron y ‘otro tiempo’ son; por tanto, no autónomos, sí dependientes de Dios. Espirituales, por tanto, sin cuerpo; nada de materia; ni se tocan, ni se miden, ni se pesan. Inteligentes y con voluntad libre, que es la actividad propia del espíritu. Eslabón de la cadena cósmica creada superior al hombre, quiero decir, con mayor perfección. Obedientes en cumplir los encargos de Dios que tiene su manera de hacer las cosas, conservarlas y gobernarlas; algunos de ellos en concreto, se conocen por su misión. ¿Recuerdas a Gabriel, el que anunció a la Virgen su maternidad divina? ¿A Miguel, el que capitaneó a los buenos sofocando la rebelión de Satán? ¿Te suena Rafael, acompañante fiel del hijo de Tobías y médico celestial que curó la ceguera de su padre? Pues ellos eran de la «raza» de los ángeles, o mejor, de la «especie» angélica, y ni siquiera sé si este término lo admitirán los teólogos, porque hablar de los ángeles es difícil, no se le pueden aplicar las mismas expresiones que al mundo sensible por no ser las cosas igual.

Pero deben ser muchos y distintos por los nombres que tienen: querubines, serafines, tronos, dominaciones, potestades, arcángeles, ángeles y más. Algunos tienen la misión de arreglarnos a los hombres para que acertemos a entrar en el cielo. Son los de la Guarda o Custodios. A estos son a los primeros que nos enseñaron a rezar. Son como un hermano mayor espiritual. Aconseja como el mejor tutor, es guía y centinela, invisible maestro discretísimo en los peligros cotidianos, sabe dar aliento e impulso incluso para heroicidades y da su apoyo para el bien obrar cotidiano; incluyo confidente, porque se le puede hablar y pedir y hasta suplicar. Y este formidable personaje se porta bien porque para eso está. Hablando a lo humano, debe tener mucha paciencia con nosotros cuando nos aguanta en todos los desplantes que le hacemos a Dios y a los hombres con nuestra retorcida vida que viene y que va.

Claro que tratarlo como a un amigo permanente, que no nos abandona durante las veinticuatro horas de cada día, supone la fe y eso es hacerse como niños. Quien lo consigue, no lo ve; pero le trata con la misma confianza de los niños. Y llega a conseguir para sus titubeos un estupendo plus de fuerza sobrenatural con el que alcanza excelente apoyo silencioso en esa substancia-espiritual-personal llamada ángel que le echa la mano (es un decir) hasta que llegue a presentarlo –decente– en la Ciudad Celestial.

Ya se ve que lo descrito está muy lejos del cuento, narración para niños, mito de tontos o etérea imaginación de seres de fábula como hadas madrinas o enanos bondadosos. El Ángel Custodio es capaz de recibir nombre y quien se lo pone y le da encargos experimenta violencia para hacer el bien y aviso de alarma estridente para hacer un «stop» en hacer el mal.