Sab 2,2-3,9; Sal 33; Lc 17,7-10

Lo sabemos desde el comienzo del Génesis en el segundo relato de la creación, pero cada vez que nos volvemos a topar con esta afirmación nos quedamos estupefactos. Tenemos nosotros algo que no tienen las demás criaturas, y que tampoco comparten con nosotros los ángeles. Estos, para su asombro, no tienen carne: el Hijo en ellos no podía encarnarse. Las demás criaturas no tienen verbo, logos, no tienen palabra, el sermón no es cosa suya, en una palabra, como se ha dicho desde antiguo, no tienen alma racional; no son seres racionales. Como dice la lectura del libro de la Sabiduría, esto provocó una gran envidia en el demonio, por quien entró la muerte en el mundo. Siendo así, ¿qué pasará con los justos cuando mueran? Lo primero es esto, para ellos la muerte no es un castigo, sino una prueba, tras la que Dios los halló dignos de sí. Ellos, los justos, serán como chispa que incendia el cañaveral y todo resplandece con luz divina. Entonces, el Señor reinará eternamente y los que en él confían conocerán la verdad.

Asombra y da gusto oír cosas así. Por ser imágenes de la misma naturaleza de Dios, no seremos abandonados en la muerte, sino que iremos a habitar en su Reino. ¿Qué haremos, pues? Bendecir al Señor en todo momento nosotros los humildes que le escuchamos y nos alegramos con él. El Señor, que nos creó con esa inmensa grandeza, no nos abandona, mejor, no abandona a los justos y sus oídos escuchan sus gritos. ¡Los justos, pues todo será distinto con los malvados! De estos, el Señor borrará de la tierra su memoria. Escucha los gritos, nuestros gritos, librándonos de nuestras angustias, está cerca, nos salva. Pero ¿quiénes son esos justos?, ¿lo seremos tú y yo?

Esta consideración nos deja inmersos en la zozobra, ¿seremos nosotros justos? Creados a imagen de su misma naturaleza, sí. Eso ya está adquirido. Pero que sea así, no implica, sin más, que seamos justos. Debe añadirse algo decisivo, pues también los malvados han sido creados del mismo modo, a imagen de la naturaleza del Señor. ¿Qué hacen los justos para serlo?

Vivir conforme a su naturaleza divina. ¿Reyezuelos y emperadores, pues, dueños de vida y muerte de sus semejantes y de todas las creaturas del cosmos? ¿Operadores en su acción que se aprovechan de la fuerza de esa naturaleza para hacerse con el cotarro de sus propios intereses? No, estos son los malvados, los que se aprovechan de ese ser que son, de la fuerza de su ser, para querer ser como Dios, dejándose engañar por la serpiente, como nuestros primeros padres. Podemos mucho, no cabe duda, por esto nuestra tentación, en la que caemos tantas veces, que está siempre como abismo a nuestros pies, consiste en querer ser como dioses, aprovecharnos de lo que somos para hacernos señores, y como tales, siempre en pie de guerra contra nuestros semejantes y con el cosmos, alcanzar todo poder.

El evangelio de hoy desmocha esa actitud. Somos siervos. Siervos del Señor, siervos de nuestros hermanos. Este es nuestro único camino, el del seguimiento de Jesús, quien no dudó en hacerse siervo, uno de tantos, en lugar de hacer valer la grandeza de su ser. Seremos justos cuando seamos señores de nosotros mismos, de los demás y del mundo entero. Pero señores de la misma manera que Dios es Señor. Esa es nuestra naturaleza: nuestro señoría es el servicio, el estar también nosotros junto a la cruz de Jesús.