Prov 31,10-13.19-20.30-31; Sal 127; 1Tes 5,1-6; Mt 25-14-30

Jesús es genial en sus parábolas. Llega el día del Señor como un ladrón en la noche, y el empleado infiel, puesto que mentecato, infinitamente miedoso de su amo, negligente y holgazán, ha tenido todo ese tiempo su talento escondido, no quería que se le gastara, que nadie se lo robara, no fuera que perdiera parte del esplendor que debería devolver a su dueño cuando llegara ese día del Señor. No ha querido enterarse de que su Dios es un Dios de amor y de misericordia, que busca la libertad de su acción, que practicara a manos llenas obras de misericordia, que hiciera resplandecer y multiplicarse la enorme gracia que él había recibido de su Señor. Su inacción con esa gracia le hace inservible, peor aún, taponador de la fuente de misericordia que, a modo de talento, ha recibido del Señor. Quitadle el talento y dádselo a quien tienen diez. La gracia es reproductiva, no se puede esconder, es un tesoro que hemos recibido para que lo regalemos a manos llenas, haciendo que fructifique. Y esto, una vez más, depende de nosotros, de nuestra acción, de nuestros recursos, de nuestra misericordia. Todo ello ofrecido por el Señor, claro es, pero que él ha puesto en nuestra manos. Fuera, pues, con el timorato, el que cree que su Señor es dueño tenebroso que siega donde no siembra y recoge donde no esparce. Para el, así, Dios es tremebundo en su vigilar, castigar y exigir. Dios mío, que dios tan rácano el de este empleado infiel, desleal hasta las cachas, hasta lo más profundo de su corazón, pues nada tiene que hacer con el amor y la misericordia. El suyo es un dios canijo, y por eso él cree un deber hacerse aún más enteco, asustadizo, inclemente con aquellos para quienes recibió el talento. No le importa que mueran, pues solo se preocupa de lo que ha enterrado en el campo para que no se le pierda, en espera de que su dueño se lo exija. Cuando leemos esta parábola sentimos la fuerza de la acción de la gracia, de los talentos que el Señor nos ofrece para los demás, y la repugnancia ante el macilento, escurrido, miedoso hasta dar arcadas, y por todo el oro del mundo no queremos ser como él. La parábola ha dado en la diana de nuestro corazón.

Dichoso el que tema al Señor, sí, pero con temor de reverencia amorosa, no asustadiza, porque en este caso no seguiremos sus caminos, y el Señor no podrá bendecirle desde Sión. La mujer hacendosa de los Proverbios es todo lo contrario del medroso empleado, infiel por espantadizo. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre: esos son sus talentos, aquellos que están entre sus posibilidades, quizá tan pequeñas, pero siempre tan talentosas.

Estate preparado habiendo hecho que tus talentos se multipliquen, porque no sabes cuándo llegará el día del Señor. Tendrás que estar preparado porque hayas hecho reventar esos talentos de gracia y misericordia que Dios te dio, a ti que estás junto a la cruz del Hijo, que has sido regado por la sangre y el agua que manaron de su costado, que has recibido a María como madre tuya; no porque te hayas escaqueado lleno de miedosas aprensiones. No vivamos, pues, en las tinieblas, ni siquiera en las del asustadizo empleado infiel, sino como hijos de la luz y del día, para que así fructifiquen nuestros talentos.