1Mac 6,18-31; Sal 3; Lc 19,1-10

El primer libro de los Macabeos es admirable, nos muestra la fuerza infinita del martirio: tú mandas, pues tienes el imperio, pero no por eso voy a adorarte a ti y a tus falsos dioses; en el terreno de la adoración no tienes entrada, aunque hayas acaparado todo el poder, y por eso nos empujes a ese acto que quebrará nuestra espalda haciéndonos sumisos a ti. Solo hincaré la rodilla para adorar al Dios único y verdadero, creador de cielo y tierra, que nos redime del pecado y de la muerte por medio de su Hijo Jesús y, por él, con él y en él, recibimos el Espíritu Santo. No hay más que hablar. Mira que tengo mucho poder y puedo hacer que dobles el espinazo. Mira cómo lo he conseguido ya en tantos y tantos. Sí, es verdad, te has hecho con todo el poder material y espiritual, pero con su ayuda no adoraré a otro Dios que al de verdad. No me vencerán tus ídolos del poder, del interés, del dinero y del sexo con los que quieres vencerme, porque he puesto toda mi confianza en mi Dios, el Señor, No me cabe otra fe que esa que ya tengo regalada por él. No podrás doblegarme. Mira que te juegas la vida con esa actitud tan irreverente ante el poder de cuerpos y almas. Lo que tú quieras, pero confío en la fuerza del Señor. No, no, el señor soy yo, tu dueño, el que tiene el imperio. Hinca tus rodillas, ofrece el incienso y adora a lo que con tanta irreverencia llamas ídolos. Bueno, podemos llegar a una componenda: haz como que comes de la carne del sacrificio, mientras comes de la tuya. Vive Dios, que no he de hacerlo; muchos creerían que he apostatado. Cuidado, te juegas la vida. Tú lo dices. Y los mártires se dirigen al suplicio con toda su confianza puesta en el Señor que les guarda su fe.

El Señor me sostiene. Son muchos mis enemigos que se levantan contra mí. Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria. Tú mantienes alta mi cabeza. Grito a ti, y tú me escuchas y me sostienes, no temeré. Que hermoso el cantar del salmista.

Zaqueo nos muestra el comienzo de ese camino. Camino de martirio, quizá, de todas formas camino de ofrecimiento entero de nuestra fe en el Señor. Para siempre, sea el que fuere el discurrir de nuestra vida.

Zaqueo es bajito. Jefe de inmundos publicanos, por tanto, rico de riqueza aprovechada. Trata de distinguir quién es Jesús. Pero no puede verlo por su exiguo tamaño. Los planes del Señor para cada uno son curiosos, sorprendentes, se encontrará con él precisamente porque es bajito. De haber tenido una altura normal, hubiera visto pasar el cortejo con viva curiosidad, sin más. Pero como no alcanza a ver pone en su vida el acto de subir al árbol. Quiere de verdad ver al Señor, y eso necesita de una iniciativa suya, la cual removerá su vida entera. Adivinando por dónde pasará Jesús se sube a la higuera. Al llegar, Jesús levanta los ojos. Segundo acto que interviene de modo decisivo en la vida de Zaqueo. De no haber subido a la higuera, Jesús lo hubiera visto en el conjunto de la muchedumbre, no en la individualidad personal de su ser. Acción sobre acción. Hoy tengo que alojarme en tu casa, de resultas de lo cual tomaré posesión de tu vida y me seguirás para siempre. ¡Qué hermosura!