Habitualmente a lo largo de un día al sacerdote nos piden oraciones por muy distintos motivos. incluso mis amigos “ateos” me llaman en ocasiones y me dicen “Tu que rezas pide por este asunto…, por si acaso hay algo”. Para cada persona su petición es importante ya sea de salud, económica, laboral, de relaciones… Desde los asuntos más triviales a los más trascendentes. Sin duda una de las pruebas de fe más grande es cuando un asunto importante -de los verdaderamente importantes-, lo rezas mucho y con humildad, sabes que hay un montonazo de gente rezando… y no se cumple lo que pides. Es cuando surgen los “por qués” y te los trasmiten a ti para que les des respuesta. Muchas veces hay que contestar que no se saben los por qués de Dios. Algunos nos dicen que no hay que preguntarse el por qué sino el para qué; pero es tan natural y humano el preguntarse el por qué que no se puede echar a nadie en cara el hacerlo.

  • «¿Creéis que puedo hacerlo?»
    Contestaron: – «Sí, Señor.»
    Entonces les tocó los ojos, diciendo:
    – «Que os suceda conforme a vuestra fe.»
    Y se les abrieron los ojos.

Son estos milagros los que a veces nos enfadan con Dios (y tenemos derecho a enfadarnos, pero no mucho). Si el Señor curó a dos ciegos ¿no puede curar a mi hija? ¿No puede encontrarme un trabajo? ¿No puede quitarme las tentaciones que me hacen caer una y otra vez? ¿No puede poner paz en mi matrimonio?. Si Jesús puede… ¿Por qué no lo hace? Y uno se enfada, es normal.

¿Respuestas? No sé si tengo. Pero en primer lugar habría que leer muy despacio, dejando que cale en el corazón, la primera lectura de hoy, del profeta Isaías: “los oprimidos volverán a alegrarse”…”los pobres gozarán con el santo de Israel” …“serán aniquilados los despiertos para el mal”… “Los que habían perdido la cabeza comprenderán, y los que protestaban aprenderán la enseñanza”. Ya tenemos un atisbo de respuesta. Lo que vemos, lo que vivimos, no es lo definitivo ni lo último. Hay algo más que no es consecuencia de la debilidad ni del pecado, sino que sólo depende de la absoluta gratuidad y misericordia de Dios. Eso no se lo podemos exigir a Dios pues es pura gratuidad, ni nos lo merecemos ni podemos conseguirlo por nuestras fuerzas. Es un regalo y los regalos no se exigen. Sin duda alguna Dios nos asombrará, lo que no podemos exigirle es que nos asombre ahora.

Leyendo el Evangelio también podemos descubrir algo que nos ayude a entender un poco más a Dios. Dios no causa la ceguera, ni la enfermedad, ni la crisis económica, ni los desamores ni tan siquiera las catástrofes naturales. Dios no se dedica a ir castigando a diestro y siniestro a los que le caen mal, si fuese así estábamos apañados. Entonces ¿por qué Dios interviene en unos casos sí y en otros no? Es un misterio, pero el milagro sólo es “útil” (si se puede hablar así), si afianza nuestra fe. ¿De qué serviría recuperar la salud si perdemos luego la vida eterna?. Por eso el milagro -en ese sentido-, es la excepción, no lo habitual. Hay muchos más milagros a lo largo del día que ni siquiera apreciamos. Puede parecer injusto, pero entonces volvemos a la primera lectura.

Se acerca la fiesta de la Inmaculada Concepción, el mayor milagro de la historia… y acabó en una cruz. Que la Virgen nos abra los ojos y el corazón para saborear los milagros cotidianos de Dios y gozar del milagro de la misericordia de Dios para la eternidad.