La obra de la parroquia va hacia arriba, siguen trabajando a buen ritmo. Después habrá que pagar el crédito y tal como están las cosas no sé si será en euros, pesetas o maravedíes. Así que seguimos pidiendo suscripciones y eso es una cosa sabida. Tan sabida que el otro día hablaba con un alto cargo de una gran empresa y le dije: “Me tienes que dar un donativo”. Se le cambió la cara pensando en el sablazo que le iba a dar. A continuación le dije: “Pero no es dinero, sólo quiero si me consigues cuatro sillas para el despacho parroquial, que tengo unas muy viejas”. En esas oficinas enormes, donde trabajan miles de personas siempre hay muebles que sobran de alguna remodelación. Volvió a cambiar la cara, esta vez fue de alivio y me dijo que por supuesto contase con ellas. Ahora estoy esperando que vengan. Dar cosas es más fácil que dar dinero (que es otra cosa), pero parece que como están compradas ya no valen nada.

«ld a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.» Al igual que yo no sé pedir, el Señor sí que sabe. No nos pide cosas como esos famoso tele-predicadores (que se lo pregunten a Kaká y su señora), ni nos pide cosas como muchas veces hacemos los curas y llenamos las parroquias de trastos. El Señor nos pide la vida, y tiene derecho a pedirla pues gratis nos la ha dado. Sólo dando la vida podemos encontrar sentido a nuestra vida. Hoy la liturgia nos presenta a San Francisco Javier, que no dudó en embarcarse en una aventura sin miedo a perder la vida por anunciar el Evangelio. El Señor te dice que cuenta contigo y sabiendo que no vas a dar nada que no hayas recibido nos empeñamos en guardarnos. Parecemos un enorme almacén de sillas viejas. Tenemos el síndrome de Diógenes respecto a lo que hemos recibido y nos negamos a darlo. A veces existe como un miedo a equivocarse, sin saber que “si te desvías a la derecha o a la izquierda, tus oídos oirán una palabra a la espalda: «Éste es el camino, camina por él.»”

No tengas miedo a darte. Si alguna vez has sentido que Dios cuenta contigo no dudes en decirle que sí. Sacude todos tus miedos y reservas. La mies es mucha y cuanto más te des menos te gastas. Cuando hay menos entrega hay más tristeza, lo tengo demostrado en mi vida y en la vida de tantos que he visto a mi alrededor. Di que sí a Dios, sin medida, sin mirar para atrás y sin preocuparte demasiado del futuro. Aunque tu pasado sea una larga ristra de pecados no seas tan soberbio de ser humilde. Que no vales nada ya lo sabe Dios, pero cuenta contigo (contó conmigo y ya es decir). Si te cuesta sonreír cuando estás solo, es que te falta entrega, tienes algo más que dar para ser más libre. Si todavía te enfadas cuando te cambian tus planes es que estás acumulando demasiado tiempo para ti, y tu tiempo no está preñado de eternidad, sólo lo está el de Dios. Si te preocupa cuando no te tienen en cuenta es que las raíces del orgullo siguen vivas, y sigues creyendo que tu tienes que hacer muchas cosas y no dejas que el Espíritu Santo las haga por tu medio. Si no te remueves por dentro cuando ves a tu alrededor a tantos que están extenuados y abandonados, como ovejas que no tienen pastor, es que todavía queda demasiado de ti y tienes poco de Cristo.

Quedan menos días para celebrar la fiesta de la Inmaculada, de nuestra Señora del Sí. Dejemos de una vez los noes y demos un sí grande y definitivo… Jesús pondrá el resto ¡y gratis!.