Comentario Pastoral
EL DESIERTO DEL ADVIENTO

Si nos basamos en el comienzo del evangelio de San Marcos, que se lee en este domingo, hay razón suficiente para afirmar que el tema del desierto no es ajeno al espíritu del Adviento. De Juan se dice que era «una voz en el desierto».

Para nuestra mentalidad actual el desierto es un lugar inhóspito, nada atrayente, donde uno puede morir de sed y de soledad o perderse a causa de la arena o del viento que borra todos los caminos. Sin embargo, el pueblo de Dios tuvo una experiencia muy diferente. En el desierto se sintió salvado, guiado, liberado. Allí Dios le configuró como pueblo suyo, le habló, le alimentó y le mostró su amor.

En realidad el desierto hace referencia al lugar misterioso donde Dios y el hombre se encuentran frecuentemente. En el desierto las tentaciones provocan testimonios de fe, la soledad se cambia en plenitud, la sed se convierte en anhelo, el hambre genera una oración confiada.

En el Adviento de 2011, como en todos, se hace necesario escuchar la voz y el mensaje del Bautista. Necesitamos ir al desierto para escuchar palabras auténticas por encima de los gritos de la vida cotidiana. Ya apenas creemos nada, porque las palabras que siguen aumentando los diccionarios parece que solo sirven para la poesía. Es preciso salir del torbellino de los reclamos publicitarios y del vértigo de las distracciones para encontrar momentos y espacios de sosiego que ayuden a valorar el sentido de nuestra existencia y el valor de nuestros afanes.

Hay que descubrir los desiertos actuales que propician el encuentro con Dios: desiertos de silencio para la escucha y la meditación; desiertos de soledad que reconfortan y animan a una vida mejor, desiertos de consuelo espiritual para superar las lamentaciones inútiles.

Para que no fracase nuestro Adviento hay que ir a los desiertos indispensables de la vida cristiana, que afinan nuestra esperanza, porque «el Señor no tarda» y debe encontrarnos «en paz con él, santos e inmaculados».

A propósito del desierto, volvemos a leer hoy estos insuperables versos de Isaías: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale».

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Isaías 40, 1-5. 9-11 Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14
san Pedro 3, 8-14 san Marcos 1,1-8

Comprender la Palabra

La vida cristiana es toda ella «adviento». Disponerse al encuentro con el Señor. Esperanza activa. Este segundo domingo de Adviento, la primera página del evangelio de san Mateo, nos presenta la figura de Juan Bautista, el profeta de la Esperanza, maestro de todo Adviento.

La personalidad del Precursor aparece eureolada con unas palabras del libro de Isaías, que la primera lectura nos ofrece con su contexto. Se refieren históricamente al fin de la cautivdad de Babilonia. Nuevo éxodo de liberación: Dios guiará hacia su patria, como Rey y Pastor, el cortejo de los redimidos. Ya se oye en Sión el mensaje de gloria: «¡Dios está aquí!». Abridle (grita la voz profética) un camino real a través del desierto que sea un «camino» sin curvas, sin desniveles ni baches…

El texto de la segunda carta de san Pedro se dirige a los cristianos ya cansados de esperar (cuando declinaba el siglo primero) la gloriosa Venida de Jesús. Se imaginaban que el desarrollo del plan de Dios en la historia tiene que proceder al ritmo de las humanas impaciencias. El cristianismo nació esencialmente escatológico, y lo seguirá siendo si durase mil siglos en la tierra, como el río va por definición al mar, por más largo y lento que sea su curso. Prefijar fechas a la Hora de Dios es no reconocer la libertad a su plan y apartarse de la Sagrada Escritura.

Las primeras líneas del evangelio según san Marcos equivale a un título programático. En el Nuevo Testamento, la palabra «evangelio» significa la jubilosa noticia permanente de la Redención, y se identifica con la realidad personal de «Jesucristo, el Hijo de Dios». El evangelio es Cristo, y Cristo es «evangelio». Este «evangelio» o alegría perenne de que Jesús nos salva, «comienza» a ser noticia para el Pueblo de Dios en la aparición y ministerio profético de Juan Bautista. Marcos define su personalidad con un texto bíblico (vv.2-3) y describe luego en esquema su actividad (v. 4), éxito (v. 5), figura (v. 6) y predicación (vv. 7-8).

Su actividad tuvo por centro el «desierto», lugar clásico del encuentro con Dios según la espiritualidad hebrea. En la línea de los antiguos profetas, llamó a la conciencia del pueblo para que se convirtiera de sus pecados. Un rito de inmersón en el Jordán significaba y sellaba de una vez para siempre la decisión que tomaba cada uno. Decisión de transformarse en íntima pureza moral, para ser digno del Mesías que viene. Juan es el buen misionero que lleno de Dios en el desierto, hace llegar la voz del desierto al corazón del pueblo y la ciudad.

La figura de Juan Bautista evoca la del profeta Elías. Al vestido se le reconoce en la Sagrada Escritura una simbología eficaz: afirma y cualifica la personalidad. Vistiendo a semejanza de Elías, significa a los ojos del pueblo que vuelve a ser actualidad su ardiente celo por la causa de Dios. En su predicación brilla el anhelo del ser todo y solo gloria de Cristo. Ante Él, no se considera ni a la altura de un esclavo (cuando el pueblo le reconocía como un gigante de santidad). El Mesías sí que «bautizará» de veras al pueblo, porque derramará sobre él el Espíritu de Dios. El Bautista es arquetipo de una legión de «precursores». Cada vez que Jesús ha venido al encuentro de una existencia individual o colectiva, alguien le preparó el camino. Humildes como Juan, desaparecen cuando entra el Señor. Hace siglos que la Iglesia es madre fecunda de tales «precursores», cuyos nombres están inscritos en el Libro de Dios.

Ángel Fontcuberta

 

sugerencias litúrgicas

Celebrar correcta y expresivamente el Adviento

 

Se ha dado a veces al tiempo de Adviento una semejanza totalmente impropia con el tiempo de Cuaresma: supresión de flores y música, del Te Deum (en el Oficio de lectura) y del himno Gloria en la Misa, éste no se suprime tanto por una razón penitencial, cuanto por re-estrenarlo más festivamente en Navidad, como canto propio de esos días.

La Reforma litúrgica ha tratado de subsanar esta deficiencia devolviendo a cada ciclo litúrgico su carácter propio y diverso. El matiz fuertemente penitencial lo ha dejado exclusivamente para la Cuaresma, subrayando para el Adviento la doble índole de expectación ante la última Venida del Señor, en las primeras semanas, y en la preparación festiva de Navidad sobre todo a partir del 17 de diciembre. Este doble matiz se pone de manifiesto principalmente en los Prefacios I y III (escatológicos), que se usan en las primeras semanas, y los Prefacios II y IV (preparación a la Navidad), que se usan en los días 17 al 24 de diciembre. Por tanto, estas dos series de Prefacios no deben intercambiarse nunca (como se intercambian entre sí los Prefacios de Cuaresma y Pascua). Ésta última etapa de Adviento (17 al 14 de diciembre) debe celebrarse diariamente de una manera más festiva: a) iluminar más festivamente el altar; b) usar vestiduras más ricas; c) cantar el Aleluya antes del Evangelio (su versículo coincide con las Antífonas de la O de las Vísperas, lo que facilita cantar este texto); d) utilizar la Plegaria Eucarística III.

al ritmo de las celebraciones


EL ADVIENTO

Durante el curso del Año litúrgico, la Iglesia nos hace entrar en contacto con cada uno de los misterios de la vida de Cristo para actualizar en nosotros la obra de la salvación. El Año litúrgico recorre los distintos momentos de la existencia terrena del Hijo de Dios desde la Encarnación hasta la subida a los cielos y la expectación de la última Venida (cfr. SC 102).

El ciclo recorrido por Cristo en aquel tiempo (cfr. Gál 4,4; Ef 1,10) para llevar a cabo la redención del hombre, es objeto del sagrado recuerdo y celebración por la Iglesia en los distintos tiempos litúrgicos del Año del Señor. En el decurso de las celebraciones de los ciclos litúrgicos Cristo actualiza su obra salvadora en el tiempo, entregándose a su Esposa la Iglesia para santificarla y presentarla ante sí sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada (cfr. Ef 5,26s).

Adviento, Navidad y Epifanía están unidos en torno al misterio de la manifestación del Señor en nuestra condición humana. La reforma realizada después del Vaticano II ha querido precisar bien el doble sentido del Adviento en cuanto a la espera de la última Venida de Cristo y la preparación de la Navidad: «El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida de Cristo al fin de los tiempos. Por estas dos razones, el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre» (Normas universales sobre el Año litúrgico y el Calendario, 39). Esta alegre expectación se desarrolla durante cuatro semanas, cuyo soporte, como en todos los tiempos litúrgicos, son los domingos.

Cuando ahora nosotros celebramos cada año el Adviento y centramos nuestra atención en la espera y preparación de la Venida de Jesús, no es que intentemos simular como si Jesús tuviera aún que venir. Nosotros somos sus seguidores, somos los transformados por su muerte y resurrección, los que hemos recibido su Espíritu para que seamos continuadores de su obra. Pero entonces, ¿qué significa esperar y preparar esta venida?

En un primer momento significa mirar hacia aquel acontecimiento trascendental ocurrido hace más de dos mil años, y querer revivirlo con toda la intensidad: Dios se ha hecho hombre, Dios ha venido a vivir nuestra misma vida. Dios ha entrado en nuestra historia para abrirnos un camino capaz de liberarnos del mal y del pecado. Dios ha hecho suya nuestra debilidad -nuestra carne- y ha hecho de ella vida plena, vida divina.

Y para celebrar intensamente todo lo que la Navidad significa, tenemos que despertar en nosotros una actitud de espera, de deseo de la venida del Señor. Ya que si no tenemos este deseo, si no estamos convencidos de que necesitamos ser liberados, si no sentimos la necesidad de que nuestra vida humana sea transformada, si no vivimos profundamente el anhelo de que Dios venga a nosotros, si no estamos dispuestos a recibir a alguien que nos muestre una nueva manera de vivir, ¿qué sentido tendría la celebración de la Navidad?

Nos unimos a la esperanza y confianza profética veterotestamentaria en el Mesías que ha de venir. Porque, a pesar de que nosotros sabemos ya presente al Mesías, seguimos necesitando que Él actúe en nosotros para transformar nuestro corazón, y que actúe en nuestro mundo para liberarnos de tanta injusticia, tanta opresión, tanta desigualdad, tanta desesperanza.


Ángel Fontcuberta

Para la Semana

Lunes 5:

Isaías 35, 1 10, Dios viene en persona y os salvará.

Lucas 5,17 26. Hoy hemos visto cosas admirables.

Martes 6:
San Nicolás (s. IV), obispo turco de gran veneración,

Isaías 40, 1 11. Dios consuela a su pueblo.

Mateo 18,12 14. Dios no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.
Miércoles 7:
San Ambrosio (s. IV), obispo de Milán, de clara inteligencia, escritor fecundo e ilustre por su doctrina.

Isaías 40,25 31. El Señor da fuerza al cansado y acrecienta el vigor del inválido.

Mateo 11,28 30. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.

Jueves 8:
La lnmaculada Concepción de la Virgen María. La preparación radical a la venida del Salvador y el feliz comienzo de la Iglesia, hermosa, sin mancha ni arruga.


Génesis 3,9 15.20. Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer.

Efesios 1,3 6.11 12. Nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo.

Lucas 1,26 38. Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
Viernes 9:

Isaías 48,17 19. Si hubieras atendido a mis mandatos.

Mateo 11, 16 19. No escuchan ni a Juan ni al Hijo de hombre.

Sábado 10:
: Santa Eulalia de Mérida (s. III), virgen, martirizada a los doce años.

Eclesiástico 48,1 4.9 11. Elías volverá para reconciliar y restablecer las tribus de Israel.

Mateo 17,10 13. Elías vendrá y lo renovará todo. Ha venido y no lo reconocieron.