Hay un poema de Víctor Hugo que dice: “Cuando las olas iluminan las sombrías cimas / quisieron salvar el honor de los sublimes dioses / Sócrates Gnidiano me hizo para suplir sobre las aguas / en las noches fecundas en desastres / la inutilidad magnífica de los astros“. Está dedicado al faro de Alejandría, que había de conducir a los barcos a buen puerto en las noches oscuras, propicias para los desastres porque las naves podían chocar contra los acantilados o embarrancar.

En el Evangelio de hoy se nos habla de Juan Bautista: “no era él la luz, sino testigo de la luz”. Cuando el Sol de justicia, que es Jesucristo, aún no se había manifestado, encontramos a Juan, quien lo precede anunciándolo. Pero esto causa inquietud en quienes han ido a verlo y han quedado impresionados por sus palabras y modo de vida. En ello se fija san Juan Crisóstomo, quien comenta que a todos aquellos sacerdotes y levitas llegados de Jerusalén les hubiera gustado que Juan fuera más importante, es decir que él fuera el Mesías. Y vinculan sus preguntas al hecho de que Juan bautiza. ¿Si no es el Mesías, ni Elías ni el Profeta, por qué lo hace?

El mismo Crisóstomo se fija en que Dios se hizo hombre para no anonadar a todos los hombres, “cosa que habría sucedido si hubiera descendido hasta nosotros mostrándonos su divinidad sin ningún velo”. Y, por lo mismo, “envió a un hombre como precursor suyo, para que oyendo una voz de su mismo linaje, quienes la escuchaban se le acercaran más fácilmente”.

Hemos de darnos cuenta de que, en el avanzar del Adviento, signo del acercarse de todo hombre hacia Cristo, quien más prepara el camino es el mismo Dios. Toda la historia de Israel es pedagogía suya para que salgan al encuentro del Salvador. También en nuestra vida sucede algo semejante. Hay personas, situaciones y acontecimientos que despiertan nuestro deseo de acercarnos a Jesús y nos ponen en marcha. Podemos caer en la tentación de sentirnos defraudados porque ahí no nos encontramos totalmente con Dios. Al respecto son iluminadoras las palabras de san Pablo: “no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno”.

Lo que aquellos hombres habían descubierto en Juan debía ayudarles a estar más dispuestos para recibir a Jesucristo. Deberían estar alegres para, como señala el apóstol, mantenerse constantes en la oración. En vez de eso rechazan lo que encuentran en Juan porque no es el Mesías. Se les había dado ya algo que los preparaba para otra cosa mucho mayor: encontrarse con Jesucristo. Pero aquellas personas sufren la decepción de tener que ser conducidos. Eran sacerdotes de Jerusalén, gente importante en el rango religioso, o fariseos, que habían indagado a fondo en las escrituras y creían tener derecho a todas las respuestas. La humildad con que Dios se les acercaba los confundió llevándoles a dudar de Juan, personaje que no dejaba de sorprenderlos.

En las cercanías de una nueva Navidad, las lecturas de hoy nos invitan a revisar nuestra preparación procurando estar atentos a indicaciones o sucesos sencillos que quizás nos dispongan mejor para la gran celebración. No podemos dar por supuesto que lo sabemos todo ni menospreciar los múltiples canales, aunque no sean sublimes, por los que Dios nos habla.