El Evangelio de hoy se dirige ala sinceridad de la conversión. Hay un trasfondo, también presente en la primera lectura del profeta Sofonías. No basta con confesar a Dios con los labios si después nuestra vida no es conforme a lo que decimos. El hijo que dice sí y después no va a la viña se refiere a todos aquellos que no atendieron a la predicación del Bautista ni creyeron en Jesús. Es decir, a los que se creían ya buenos y salvados y no estaban dispuestos a una nueva conversión. Por eso Jesús los contrapone a los publicanos y a las prostitutas. Porque aquellos si que acogieron el anuncio de la salvación y cambiaron de vida.

El tiempo de Adviento, aunque no tenga la intensidad de la Cuaresma, es una época de conversión. Por ello en la liturgia de estos días se emplea el color morado. Y, si nos fijamos en las lecturas y oraciones de estos días, se nos invita continuamente a volvernos hacia el Señor para preparar su venida. En la actitud de los sumos sacerdotes y ancianos que aparecen en el evangelio se detecta una negación al cambio. Pensaban que ya estaba bien con todo lo que hacían (autosatisfechos con sus obras y su pretendida fe). Por eso la predicación de Juan no hizo en ellos mella alguna. En ningún momento se pararon a pensar que aquel hombre les estaba invitando a una religiosidad más sincera y profunda; a ahondar en sus creencias para eliminar todo lo superficial y quedarse con el núcleo, que reside en el amor que Dios nos tiene. Esa dificultad para dejarse amar por Dios les hace estar siempre seguros de lo que hacen y les priva de la capacidad crítica. Jesús dice unas palabras muy significativas: “aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni creísteis”.

Recapacitar significa pararse a pensar, no dar nada por supuesto. En nuestra vida religiosa también hemos de pararnos, de vez en cuando, a juzgar sobre si no nos hemos vuelto rutinarios, sobre si nuestras devociones verdaderamente nos ayudan o son sólo el complemento de una vida anodina; si experimentamos la intervención de Dios en nuestra historia o es algo que sólo construimos nosotros. Uno tiene que ver si va creciendo en el amor a Dios y si se conoce cada vez mejor a sí mismo según el plan de Dios. Hay que recapacitar, porque sino podemos caer en un ritualismo vacío o en una soberbia que nos cierre al amor de Dios.

En el camino de preparación a la Navidad que cada uno de nosotros va recorriendo, y que también realizamos con toda la comunidad cristiana, hoy se nos ofrece una gran oportunidad: la de juzgar sobre nuestra adhesión cordial a Dios. No se trata sólo de afirmar que creemos, o de una vida más o menos devota, sino de ver si estamos trabajando en la viña del Señor. Porque la vida cristiana conlleva siempre una misión y de lo que se trata es de cumplirla. Dios nos pide fe en Él, nos salva, pero también nos encomienda un trabajo. Realizarlo forma parte de la verdadera vida de fe, aunque sobrepase nuestras fuerzas, pues siempre contamos con su ayuda.

Que la Virgen María, que dijo sí al Señor e inmediatamente se puso en camino hacia la montaña, interceda por nosotros y nos ayude a tener una fe viva.