En mi infancia vi una película que creo se titulaba: El increíble hombre menguante. No recuerdo con exactitud el argumento, pero sí divertidas escenas en que el hombre, cada vez más pequeño, se ahogaba en un vaso o utilizaba un peine como escalera. Todo a su alrededor se había hecho grande. Aquel no era un mundo a su medida y, por tanto, no podía vivir bien en él.

En el Evangelio de hoy Jesús felicita a Juan el Bautista. No ha nacido nadie más grande que él. Sin embargo, cuando repaso la biografía del precursor descubro que lo que pretendía era achicarse. Él había dicho: “conviene que Jesús crezca y que yo disminuya”. Aquellas palabras, pienso, no se referían sólo a su misión de precursor sino que eran un auténtico programa de vida. Hay que hacerse pequeño para entrar en el Reino de Dios. Cuando desde el Adviento atisbamos la Navidad que se acerca, nos cuesta distinguir entre tanto fasto, exterior e interior, a un Dios que se hace pequeño. En un lugar muy humilde, con cuerpo de niño y debilidad de infante, está Dios. Para llegar hasta allí he de hacerme pequeño. El Adviento me invita a empequeñecer, a emprender el camino de la humildad.

Dios se hace pequeño y sólo los pequeños llegan a reconocerse. Desde nuestra humildad verdadera podemos coincidir con la humildad de Dios, su abajamiento. Todo a su alrededor es humilde y pequeño: la cueva, la Virgen Madre, el santo protector José. Dios escogió humildad: la de María, la de José, la de Belén. Ahí está la lección para estos días. Mi preparación exige humildad. Pero no soy capaz de ella. Por todas partes quiero ser grande y crecer para que nada de este mundo se me escape ni esté por encima mío. Pienso así y me equivoco. Desde lo alto creeré distinguir muchas cosas, pero se me escapará la más importante, la única que vale la pena ver: a Dios hecho hombre.

Juan Bautista es un personaje habitual del Adviento. Preparó la venida del Mesías con su predicación, pero sobretodo se preparó él mismo para esperarlo. Eligió una vida de penitencia que le ayudó a doblegar su orgullo y evitó las comodidades y lujos para saberse siempre necesitado de otro. Mirándolo a él podemos examinar cómo estamos viviendo el Adviento. Podemos preguntarnos si estas cuatro semanas nos están sirviendo verdaderamente para preparar la venida del Salvador. O sí, por el contrario, las prácticas piadosas y sacramentales de este tiempo no consiguen doblegar nuestra autosuficiencia y orgullo.

Quiero disminuir como Juan para que la Navidad sea más de Jesús y menos mía. No quiero controlar lo que va a suceder en esas Fiestas. Quiero que Jesús sea el verdadero protagonista de aquellos días. Virgen María ayúdame a ser sencillo y pequeño como Tú para poder vivir intensamente la Navidad.