En la primera lectura del profeta Isaías se nos exhorta a vivir rectamente porque, se dice, la salvación está cerca. Es toda una invitación a vivir sin doblez, observando los mandatos del Señor. Surge una pregunta, ¿cómo vamos a vivir rectamente si el Señor no viene en nuestra ayuda? Ciertamente, sin la ayuda de la gracia, no somos capaces de perseverar en el bien de manera constante. Precisamente Dios se hizo hombre para, desde la debilidad de nuestra carne, vencer nuestra impotencia, que es consecuencia del pecado.

Pero aquí no se apunta a la santidad absoluta sino a la rectitud de corazón. Quien quiera encontrarse con el Señor debe tener el deseo de hacerlo y ordenar su vida a ello. No se puede decir que queremos estar con Dios y, al mismo tiempo, dejar de lado lo que Él nos ha indicado que quiere. Si el camino de la fe tiene exigencias, no es menos cierto, que Dios nos va sosteniendo con su ayuda para que podamos realizar bien ese camino.

Isaías nos indica dos aspectos a tener en cuenta: “guarda el sábado sin profanarlo y guarda su mano de obrar el mal”. Por una parte tenemos una referencia al culto verdadero. Profanar el sábado, para un Israelita, tenía connotaciones muy precisas: fundamentalmente se refería a no trabajar ese día pues estaba consagrado al Señor. Para nosotros puede referirse a que verdaderamente nuestro culto no sea un mero cumplimiento sino el deseo de una verdadera alabanza al Señor. Nos cuesta el Domingo, porque Dios no está en el centro de nuestras vidas. Y quizás organizamos las cosas dejando la Misa para último lugar. No se trata de que no queramos ir, sino de que no está en el centro de nuestros anhelos. Se nos viene encima como una exigencia a la que irremediablemente hemos de rendirnos. En la espera del Señor, preparando la Navidad, se nos exhorta a que nuestra oración, nuestra participación en las celebraciones, … sean vividas con mayor intensidad. Que todo sea una alabanza que verdaderamente salga de nuestro corazón.

Esa alabanza se extiende después a todos los actos de nuestra vida. Por eso se indica que no hemos de obrar ningún mal. Precisamente la relación verdadera con Dios conlleva un trato justo con todas las cosas y con los demás. Nuestra vida no puede estar dividida y, por una parte, ser piadosos y, por otra, malvados. Precisamente el trato con Dios, suma bondad, nos lleva a querer permanecer siempre realizando lo que es bueno y, por ende, agradable a sus ojos.

Una de los deseos más profundos, presente en el corazón de todos los hombres, es el de justicia. Jesús viene al mundo para establecer la justicia. Lo hará pagando, con su muerte en la cruz, un rescate por todos los hombres. De esa manera nos reconcilia con Dios y, dándonos su vida, nos justifica y nos permite realizar obras buenas. Por eso, durante este tiempo de Adviento ha de crecer en nosotros el deseo de la verdadera justicia, que no es deseo de venganza ni connivencia con el mal. El alma que ama la justicia se prepara para el encuentro con el Justo.

Que la Virgen María nos acompañe en este camino, ayudándonos a apartarnos de todo lo que ofende a Dios y haciendo que brote de nuestro corazón un canto agradecido de alabanza a Dios.