Muchas personas se preguntan por su papel en la vida y, cuando no se acierta en la respuesta adecuada, se enfrentan a una existencia angustiosa llena de insatisfacciones. Meditando sobre las lecturas de este domingo encontramos algunas orientaciones que pueden ser muy iluminadoras y prácticas.

Dios no deja de darnos a conocer su voluntad. Puede hacerlo de muchas maneras. Ya Casiano se había fijado en que unas veces lo hace llamado directamente (como le ocurre a Samuel), otras a través de terceras personas (como les sucede a Juan y Andrés por el testimonio de Bautista) y, en algunas ocasiones, por medio de la necesidad. Todo cristiano está llamado por Dios de una forma singular, aunque no todas las vocaciones tengan, a los ojos del mundo, igual relevancia. Todas, sin embargo, se refieren a Jesucristo y son participación de la suya. Jesucristo es quien cumple, de manera perfecta, la voluntad del Padre.

En el salmo rezamos: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas (…) entonces yo digo Aquí estoy. Como está escrito en mi libro: para hacer tu voluntad”. Estas palabras en la Carta a los Hebreos son aplicadas a Jesucristo. Vemos que la vocación no consiste en hacer cosas, aunque sean muy excelsas (como pueden ser las ofrendas o sacrificios), sino en cumplir la voluntad de Dios. De hecho, al llamarnos de una manera singular a cada uno, y si somos capaces de responder como hicieron Samuel o los primeros apóstoles, lo que alcanzamos es la plena realización de nuestra vida: la felicidad. ´

Como Dios nos ama a cada uno también espera que le respondamos con un amor singular. Dice san Bernardo: “Cosa grande es el amor. De todos los movimientos del alma, de los sentimientos, de los afectos, el amor es el único con el que la criatura puede responder a su Creador, si no de igual a igual, al menos de semejante a semejante”. Y añade, “aunque la criatura ame menos porque es más pequeña, sin embargo puede amar con todo su ser y donde existe el todo no falta nada”.

Por la vocación Dios nos hace ver el lugar, la misión, desde onde vamos a poder amarle del todo. Por eso la vocación nunca es contraria al deseo del corazón. Al contrario, saber por donde hemos de orientar nuestra vida nos conduce a alcanzar la felicidad que anhelamos.

Al seguir las lecturas de hoy descubrimos que hay que estar atentos. La vocación viene de una llamada y no de un acto de introspección, que puede engañarnos. Más que pensar qué quiero hacer debo indagar qué quiere Dios de mí. Eso implica apertura en la oración, y también a la realidad de la Iglesia y del mundo. Muchos santos reformadores han descubierto su vocación en su amor sincero e intenso a la Iglesia y muchos santos de la caridad o la educación mirando las necesidades del mundo desde el corazón de Dios.

Pero, lo sustancial es que la vocación consiste en estar con Jesús. Lo vemos en Juan y Andrés que, a la pregunta del Señor, “¿Qué buscáis?” responden:”Rabí, ¿dónde vives?”. Porque a veces juzgamos de la alegría de otros cristianos por lo que hacen y olvidamos que la raíz de todo es permanecer con Jesús donde Él nos indica que estemos. Por eso hay tantos cristianos felices con vocaciones tan diferentes. El secreto es estar con el Señor, que cumple a la perfección la voluntad del Padre, y con Él también nosotros somos capaces.