Una experiencia común en la vida espiritual es descubrir cómo, de pronto, se ha producido en nosotros un cambio. Desde fuera es muy difícil de explicar. Pero no debe olvidarse que la gracia tiene un dinamismo propio por el que, aunque nosotros no lo veamos, va germinando y dando fruto.

El converso J.-K. Huysman, en su novela En camino, reseña este proceso respecto de la conversión de su protagonista, Durbal. Acontecida sin que mediara nada extraordinario la describe así: “Es algo parecido a la digestión del estómago, que trabaja sin que uno lo sienta”. En toda la vida espiritual pasa algo semejante. Porque el reino de Dios se realiza en la tierra fundamentalmente por la fuerza misma de la gracia. Nada puede detener ese proceso aunque ciertamente podemos dificultarlo.

Al mismo tiempo, con el ejemplo de la semilla de mostaza, Jesús muestra la enorme desproporción entre lo plantado y el resultado. De algo minúsculo surge la mayor de las hortalizas. Esto nos lleva a lo que san Maximiliano María Kolbe denominaba “los medios pobres”. Si el reino de Dios nos es dado principalmente como un don, algo inmerecido y que supera absolutamente nuestras expectativas, no hemos de temer la precariedad de medios. De hecho la Iglesia se ha desarrollado de esa manera en casi todas las partes del mundo. Podemos pensar en sus humildes inicios en Jerusalén, o en los primeros cristianos del Imperio que, en su mayoría, eran gente de la clase baja y muchos esclavos. A partir de ahí el árbol fue creciendo y se convirtió también en lugar de refugio para las aves, es decir, para otras realidades que, sin ser directamente eclesiales, encontraban en la Iglesia protección. Podía ser el arte, o el derecho, o la escritura…

Los Padres insisten en la necesidad de acoger sinceramente la semilla en el corazón, conservándola con toda su potencia, sin manipularla. Acoger el Evangelio tal como es, con su fuerza salvadora, es lo decisivo. Porque en sí mismo está la capacidad de regenerarlo todo y de fecundar. De ahí que en muchas personas podamos ver extraordinarios cambios. Muchos jóvenes que se han acercado a la Iglesia me han reconocido que, desde ese paso, su familia y sus amigos los reconocen más alegres y felices. Al mismo tiempo son conscientes de que no hay una relación de proporcionalidad entre el cambio operado en ellos y sus esfuerzos. La gracia actúa verdaderamente y sus manifestaciones son extraordinarias.

En esa perspectiva hemos de mantener la confianza en que la Iglesia permanecerá fiel a su misión. Basta con mirar la historia para ver el gran desarrollo evangelizador de la Iglesia a lo largo de los siglos.. Es un milagro que hoy sigue sucediendo y que caracteriza la vida de la Iglesia. Por ello ésta emprende sus acciones poniéndolas siempre en manos del Señor, porque sabe que sin su ayuda todo esfuerzo será en vano y toda misión un fracaso.