Acabo de celebrar mi primer bautizo sentado en un taburete. Menos mal que la niña era de las que van a a hacer la primera comunión y ya se mantenía en pie sola. (Mañana hago otros dos de niños pequeños, espero que no se me caiga ninguno). Sentado se ve la vida de otra manera. Además de apartar al resto de niños a muletazos (o me tiraban), las cosas se hacen como más tranquilamente (yo suelo ser bastante nervioso). Al final ha terminado bien y con las muletas nos hemos acercado a la imagen de la Virgen a rezar un avemaría con la recién bautizada. Ahora que estoy cojo me alegro de estar en un barracón pequeño, si fuera un templo grande me pasaría el día subiendo y bajando escaleras a la pata coja. Alguno me dice: “Ves como es una suerte una parroquia pequeña. Todo depende del color con que se mire.” Pues no es verdad, las cosas son lo que son y aunque uno las mire con optimismo ojalá me pasase el día subiendo y bajando escaleras y pudiera bautizar de pie sobre mis dos piernas, aunque sea un poco más nervioso.

“En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.” La transfiguración nos muestra cómo es Jesús: Dios y hombre verdadero. Muchas veces ha sido un tema debatido por los teólogos que parece que tienen cierta grima a ver a Dios hecho hombre. Algunos quieren hacer de Jesús una buena y bella persona, pero nada más. Otros lo hacen tan lejano al hombre que parece que no nos ha redimido. Dios y hombre verdadero. Ese es el autentico rostro de Cristo. Por eso (cuando pueda), me pondré de rodillas ante el sagrario pues sólo a Él se le puede adorar. Por eso le podré dar toda mi vida y sólo servirle a Él, pues es el único que me lo ha dado todo y puede pedirlo todo. Y como es Dios Él puede irme haciendo suyo, de tal manera que podamos decir con  San Pablo: “Es Cristo quien vive en mi.”

Por eso puedo mirar con los ojos de Cristo, refrenar la lengua, los juicios, los pensamientos. No esconderlos o reprimirlos, sino tener los mismos de Jesús. Por eso escandaliza tanto cuando un cristiano hace malas acciones o tiene malas palabras. El cristiano está llamado a identificarse con Cristo y cuando somos pecadores o superficiales estamos mostrando a Cristo de esa manera. Ojalá le pidamos Dios ser otro Cristo, cada día, cada instante. No podemos escandalizar, no podemos deformas a Cristo, no podemos ni debemos utilizar su nombre para nuestros intereses y olvidarle cuando nos venga en gana.

Pidamos a nuestra Madre la Virgen que reflejemos en nuestros ojos la mirada de Cristo.