Una de las pruebas de la oración verdadera es la perseverancia. Hay un dicho castellano que reza “quien la sigue la consigue”. Pero aquí no se trata de quien mantiene el tesón en una actividad para conseguir un objetivo, como un estudiante, un atleta o un investigador. En esos casos la persona puede esperar de su esfuerzo lo que intenta. Sabe que con método y disciplina alcanzará lo que se ha propuesto. El evangelio de hoy, sin embargo, nos sitúa e otra perspectiva: nos enseña a incrementar de continuo nuestra confianza en Dios y para ello pone como base la oración insistente.

En la primera lectura encontramos un ejemplo muy hermoso. Ester, perteneciente al pueblo de Israel, ha sido elevada a la dignidad de reina. Sin embargo esa promoción no la liberó de las dificultades por las que pasaba su pueblo. La vida en la corte no le trajo comodidad ni tranquilidad, sino que, por el contrario, la condujo a una responsabilidad más alta. Se encuentra con una conspiración que pretende acabar con el pueblo judío y, aunque ella ocupa una posición de influencia, no sabe cómo actuar. Por tanto no puede fiarse de sus propias fuerzas ni de planificar una estrategia. De ahí que su oración diga “protégeme, que estoy sola y no tengo otro defensor fuera de ti”.

Al mismo tiempo hay otros aspectos muy interesante en la oración de la reina Ester. Así, por ejemplo, empieza reconociendo que el único rey es Dios. Él es el verdadero soberano. Cuando hablamos con Dios no podemos olvidar este punto de su omnipotencia. Todo está en su mano y no podemos rezar con desconfianza o infravalorando su capacidad. Precisamente porque reconocemos que nada escapa a su poder le rezamos con confianza. Porque todo en nuestra vida está en sus manos.

Por otra parte la reina Ester, para elevar su oración empieza recordando todo lo que Dios ha hecho por su pueblo en la antigüedad. Ella lo conoce porque se lo han contado, pero nunca ha dudado de ello. Ahora, sin embargo, la memoria de aquellos acontecimientos se hace más viva por la dificultad de la situación. Pero recordar todo lo que Dios ha hecho a favor nuestro en otros momentos también nos lleva a una oración más confiada.

Finalmente pide, pero no con una confianza mágica. En su oración no pide ser liberada sin ningún esfuerzo. Lo que implora es que el Señor la guíe en sus acciones; en concreto quiere acertar con lo que ha de decir al rey para salvar a su pueblo. Es por tanto una oración que parte de la vida y que busca actuar mejor en la vida. Comprende que Dios actúa sin suprimir al hombre. De alguna manera en la oración lo que pedimos es ser capaces de vivir con mayor plenitud nuestra humanidad, nuestra vocación.

En el inicio de la Cuaresma se nos hace presente la necesidad de pedir. Todos deseamos que nuestra vida cambie y sea, cada vez más, según la voluntad de Dios. Jesús apela a nuestra experiencia: ningún padre dará algo malo a sus hijos. Por eso nuestra oración viene iluminada por su misericordia. Contando con ella sabemos que Dios siempre va a disponer lo mejor para cada uno de nosotros. Pero hemos de pedir sin miedo, con fuerza y sin interrupciónn.