Donde hay corrección hay tensión hacia la perfección. Si nos fijamos en el evangelio de hoy, Juan y Santiago piden estar cerca del Señor en su reino. Aunque la petición procede de labios de la madre, responde a los deseos escondidos en el corazón de los dos hermanos. En esa solicitud se muestra el amor al Señor, que se manifiesta en el deseo de estar íntimamente unidos a él (a derecha e izquierda). Pero también hay algo desordenado que consiste en querer un lugar de preferencia. Jesús les responde enseñándoles a purificar el amor. Por eso hace referencia al derramamiento de la sangre (el cáliz que han de beber). La alusión a su pasión indica que su realeza no puede confundirse con los poderes de este mundo. Por tanto el seguimiento de Cristo no se identifica, e incluso puede llegar a ser incompatible, con las ambiciones humanas. Al pedirles si serán capaces de seguirlo les indica que han de estar dispuestos a posponerlo todo por amor a él. De hecho, se trata de sus apóstoles, les llama a una especial identificación con Él. Si va a sufrir la pasión para salvar a los hombres, sus discípulos han de comprender que también compartirán, de algún modo, su destino. Dice santo Tomás: “el pastor debe renunciar a su vida corporal ante el peligro de sus ovejas, porque la salvación espiritual del rebaño es de más valor que la vida corporal del pastor”.

La escena del evangelio también nos muestra como la vida de los santos es un ejemplo para todos nosotros. El deseo de los dos hermanos es reconducido por Cristo. Desde una mirada material es elevado a lo espiritual. Pero también Jesús reprende a los demás apóstoles que, aunque con menor osadía, albergaban sentimientos similares. Así, en la vida de los santos aprendemos en qué consiste el verdadero combate espiritual. Y descubrimos como el camino de la santidad es algo Dios va realizando en nosotros. Conforme nos acercamos a Cristo, para caminar con él, vamos siendo configurados a su medida. La renuncia a lo propio (la abnegación de la voluntad) se expresa de forma especial en la entrega de la propia vida, y Santiago fue el primer apóstol en ser martirizado.

En un libro reciente de Fabrice Hadjadj, titulado Tenga usted éxito en su muerte, se dice que se nos educa para buscar los máximos logros en este mundo cuando de hecho lo que de verdad queremos es el martirio, porque en él se manifiesta aquel amor por el que estamos dispuesto a entregarlo todo. Ese amor, como los apóstoles, ya lo hemos recibido, pero es un tesoro que “llevamos en vasijas de barro”. Pero esa fragilidad no es un de menos sino que manifiesta que nuestra vida depende de Dios y es continuamente sostenida por él. De ahí que Benedicto XVI señalara también que la santidad consiste en dejar que Dios lleve nuestra carga. Hoy contemplamos como Cristo formó en la santidad a sus apóstoles, y en ellos tenemos unos modelos y unos intercesores.

Nosotros, también a través de nuestra Madre, María Santísima, queremos pedirle algo al Señor: que un día podamos gozar de su compañía en el cielo, pero que también la podamos experimentar ya ahora cumpliendo su voluntad.