Ayer me contaba un amigo que el viernes pasado montó en un taxi. Mientras ibas de camino le llamó un familiar con el que se iba de Ejercicios Espirituales ese fin de semana y, preparando cómo ir hasta el sitio, hablaban si les daría tiempo a ir a Misa antes, etc. El taxista, como buen taxista, escuchaba la conversación. Al terminar el taxista preguntó: “¿Y dónde va este fin de semana?”. “De Retiro espiritual o Ejercicios espirituales que también se llaman. ¿Sabe lo que es?” le contestó mi amigo. “Por supuesto” -dijo el taxista-, mi mujer también es muy aficionada al tarot y cosas de esas”. Desde luego queriendo agradar no se puede meter más la pata.

«Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada.» Saber lo que a Dios le agrada nos puede parecer complicado en muchas ocasiones, pero porque nosotros somos complicados y complicamos a Dios. «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros.» Y los judíos comentaban: – «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: «Donde yo voy no podéis venir vosotros»?». Dios no nos promete la cultura del bienestar, ni una vida cómoda y sin complicaciones. Queremos ver en Dios el mullidor de nuestras preocupaciones y el sanador de nuestras enfermedades, como si fuera la fuente de la eterna juventud del cuerpo. Pensamos que Dios tiene que estar a nuestro servicio para descomplicarnos la vida y muchas veces estamos pensando en lo que Dios tiene que hacer por nosotros. Por eso muchos siguen -inconscientemente-, pensando en un Dios que les castiga y otros abandonan a ese Dios que no cumple sus expectativas. No hacemos más que quejarnos de Dios: «¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo.»

Eso es confundir unos Ejercicios Espirituales con la práctica del tarot. Dios ha creado al hombre por amor y le llama al amor. Después el hombre, usando de su libertad, se aleja de Dios y en vez de alabarle le utiliza. Y es Dios es que toma la iniciativa, el que decide salvar a la humanidad, y la segunda Persona de la santísima Trinidad se encarna, se hace carne. Y Jesús nos enseña lo que le agrada a Dios. Si nos fijamos en los Evangelios Jesús hace ningún milagro para sí mismo, ni para aumentar su fama, ni su fortuna, ni tan siquiera para bajar de la cruz o aliviarse los sufrimientos. Mirar a Cristo izado en la cruz, como la serpiente de bronce en el desierto, nos enseña la gratuidad completa de Dios, que no se reserva nada para sí mismo, sino que se entrega completamente. No está mal pedir cosas a Dios, en el que creemos, pero no está bien creer en Dios porque nos conceda cosas.

Hacer lo que a Dios le agrada es vivir según Cristo, como Jesús en cada situación. Ya sea en el aparente éxito de la multiplicación de los panes y los peces o después de los milagros. Ya sea en la entrada triunfal en Jerusalén o en el paseo infame por sus calles con la cruz a cuestas. Ya sea en casa de Lázaro o sin tener un sitio donde reclinar la cabeza…, en cada situación podemos hacer lo que a Dios le agrada.

La Virgen nos va acompañando en este paseo hacia la Semana Santa, para vivirla con toda intensidad, con toda gratuidad, haciendo lo que a Dios le agrada.