En el libro de los Hechos leemos: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo”. Aquí tenemos a la Iglesia que ya celebra y anuncia públicamente la fe en la resurrección y, parte de su testimonio, radica en su unidad: la de los creyentes unidos en una misma fe y en el amor.

En el Evangelio se nos habla de la duda de Tomás. Los demás apóstoles han visto al Señor, pero el día de la aparición él no estaba. Tiene dudas y pide ver sus heridas. Al respecto dice Benedicto XVI: “Tomás considera que los signos distintivos de la identidad de Jesús son ahora sobre todo las llagas, en las que se revela hasta qué punto nos ha amado. En esto el apóstol no se equivoca”. El cuerpo marcado por la pasión de Jesús muestra la identidad entre quién murió en la Cruz y el que ahora se aparece. La resurrección es verdadera. Quien murió está vivo y conserva las señales de su sufrimiento redentor.

Las apariciones de Jesús confirman a los apóstoles.  A través de ellas adquieren la certeza de la victoria de Jesucristo y creen. Pero el mismo Jesús anuncia: “Dichosos los que crean sin haber visto”. En la segunda lectura el apóstol san Juan indica algo parecido: “ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe”. De esa fe brota también la vida nueva, que es un anticipo de ese triunfo, que nos es descrita por los Hechos en la vida de las comunidades de la primitiva Iglesia.

En encuentro con el Resucitado es, para nosotros, a través de la fe. Para hacerla posible Jesús dispone a la Iglesia. Jesús dice a sus apóstoles: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Y para que la Iglesia tenga la credibilidad necesaria y podamos reconocer su testimonio el Señor les da el Espíritu Santo. Precisamente por el Espíritu Santo la Iglesia puede perdonar los pecados y, el hombre que recibe ese perdón, experimenta el amor incondicional y liberador de Dios. La resurrección de Jesucristo nos alcanza haciendo de nosotros una creatura nueva.

En nuestro encuentro con Jesucristo a través de la Iglesia a veces nos encontramos con vacilaciones e incluso dudas. Benedicto XVI señala, en ese sentido, el valor ejemplar que tiene la incredulidad de Tomás y su posterior confesión. Señala el Papa que es importante para nosotros al menos por tres motivos: “primero, porque nos conforta en nuestras inseguridades; en segundo lugar, porque nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre; y, por último, porque las palabras que le dirigió Jesús nos recuerdan el auténtico sentido de la fe madura y nos alientan a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a él”.

Al leer la descripción de la primera comunidad de Jerusalén pensamos que quizás algunos de sus miembros participaban de esas inseguridades. Pero, la entrega que supone el poner las cosas en común y abrirse a una comunidad de afecto, les llevaba también a ir confirmando lo que habían oído por la predicación. No sólo sabían que el Señor había resucitado sino que, al participar de su nueva vida, en la Iglesia podían reconocerlo en el rostro de los creyentes que tenían alrededor. El amor de las llagas de Cristo comenzaba a llegar a todos los hombres.