En la primera lectura de hoy leemos esta afirmación contundente de los apóstoles: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. No está dicha en un contexto de seguridad, sino ante una recriminación. Las autoridades religiosas judías habían prohibido a los apóstoles predicar en nombre de Jesús. Los habían perseguido y encarcelado. Sin embargo aquellos hombres tenían una certeza que movía su vida. No se trataba de una verdad que se añadía a su existencia como algo exterior, sino que lo dominaba todo. El hecho de que Jesús había resucitado transformaba por completo sus vidas. Y desde ese hecho se iluminaba todo.

También nosotros hemos de tener un criterio superior desde el cual podamos juzgar todas nuestras decisiones. Sólo cuando este existe disponemos de la paz suficiente para caminar con unidad de vida. Dios por encima de todo. La vida de cualquier santo se caracteriza por esa convicción fundamental que no se tambalea ante nada. El beato José Samsó, mártir de la Guerra Civil, tenía este lema: “Dios por encima de todo”. Quienes lo conocieron y trataron son unánimes al subrayar que esa frase estaba continuamente en sus labios. Y no se trataba de una mera fórmula, sino de algo profundamente grabado en su corazón. La prueba es que cuando fueron a fusilarlo manifestó una paz absoluta e incluso perdonó a quienes lo iban a asesinar.

La obediencia es una manera de reconocer la dependencia. Cuando los apóstoles anteponen Dios a los hombres están señalando también ese hecho. Si obedecen a Dios es porque saben que todo lo han recibido de Él. Dios es lo máximo que podemos amar y de Él procede todo bien. Nadie le está por encima ni se le puede anteponer.

Por otra parte, si nos fijamos, quien no tiene clara su dependencia de Dios y que, por justicia, se le debe culto y máxima reverencia, acaba doblegándose ante otros. Muchas veces, por respetos humanos o por otras causas, dejamos de obedecer a Dios. Lo que ahí hacemos es someternos al dictado de la opinión pública, o de la propia imagen. No deja de ser una forma de esclavitud. Mientras la obediencia a Dios es liberadora, ya que Jesucristo ha entregado su vida para salvarnos del pecado, la obediencia a los hombres o siempre es buena. A los hombres debemos obedecerlos en cuanto nos ayudan, directa o indirectamente, a vivir nuestra relación con Dios. Hay otros textos en el nuevo testamento en que los mismos apóstoles recuerdan que debemos respetar la autoridad humana porque todo poder viene de Dios. Aquí, sin embargo, se habla de la contraposición entre el poder de Dios y el de los hombres. Es decir, de la tentación de erigirse como norma suprema prescindiendo de Dios. Por eso siempre ha sido norma que hay que obedecer a la autoridad legítima excepto cuando la ley es injusta, es decir, conduce al pecado o lo causa directamente.

En este tiempo pascual la fortaleza de los apóstoles, que actúan guiados por el Espíritu Santo, resulta muy consoladora para todos nosotros. Porque su testimonio perfecciona nuestra conciencia de que todo nos lo ha dado Dios y de que nuestra vida ha de ser gastada en su servicio. De forma sintética lo expresa el lema que gustaba emplear a san Ignacio de Loyola: “Todo para mayor gloria de Dios”.