Hch 13,26-33; Sl 2; Jn 14,1-6

En el hoy de Dios, que es siempre, siempre, siempre. Pero ahora, engendrado en su carne en el seno de María, Virgen, en ese siempre está recogida esa carne sufriente y resucitada, que ha ascendido para sentarse, en seno de la Trinidad Santísima, a la derecha de Dios Padre. Un descenso del Hijo en carne mortal, para rehacer la imagen y semejanza que se perdieron cuando quisimos, o queremos, ser como dioses, y que, ahora ya, en el Hijo, muerto y resucitado, se nos ofrece, tal imagen y tal semejanza, en su plenitud. La encontramos en Jesucristo. Se nos ofrece en él en don de pura gratuidad, para que muertos y resucitados con él alcancemos el lugar de verdad y de vida para los que se nos muestran el camino. Como dice hoy san Pablo, la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús.

Por eso la resurrección, ni la suya ni la nuestra, es un como-si, algo que se nos da en las virtualidades de nuestra fértil imaginación. Como no lo es el pecado ni el seréis como dioses. Como tampoco lo es la encarnación del Verbo ni los caminares por Galilea y Jerusalén. Como tampoco lo es la cena última y la negación de Pedro y la pasión y muerte. Por fin, como tampoco lo es la resurrección y la subida al seno de Dios Padre y el envío del Espíritu que grita en el fondo de nosotros mismos e un glorioso lamento: Abba, Padre. No son diversas realidades que alimentan convenientemente nuestros deseos de virtualidad, cumpliendo todo ello en el como-si.

Todo ello, el Misterio total de Cristo, y por tanto, el Misterio de Dios, son fundamento de realidad. Realidad en completud para el Hijo, camino verdad y vida que llevan, por el Espíritu, al Padre, y en una esplendorosa plenitud para nosotros. Plenitud de gracia en donde, por la fe, quedamos justificados, libres del pecado y de la muerte. No son ya diversas líneas de actuación en Jesús que logran también en nosotros líneas de actuación de nuestra propia carne, Convergencia en la cruz en donde se reúnen las palabras y las acciones de Jesús hasta decir: Todo se ha cumplido. Porque había un designio de salvación. Lo de Jesús, el Hijo, no era un bajar entre nosotros para fisgar y proponerse como modelo, sino un designio certero de salvación. Una reconstrucción definitiva, en Cristo, en su Iglesia, en su eucaristía, en su Cuerpo, de la plenitud con la que fuimos creados, pero que nosotros dejamos caer, consintiendo en el engaño del pecado y creyendo que seríamos como dioses. De este modo también nuestras líneas de carnalidad, palabras y acciones, convergen en un punto en el que se nos dona la realidad de lo que somos, de lo que es el mundo y, también, de lo que es Dios. Ese punto en el que convergemos, la cruz en la que Cristo está clavado, es el lugar en donde se nos da el fundamento real de lo que, pudiendo serlo, seremos. De este modo ya no viviremos en-esperanza, sino en-realidad. Tal es el fundamento mismo de la realidad, de nuestra realidad. Ya no viviremos en el desconcierto de todas las realidades que nos vamos construyendo al albur de lo que queremos ir siendo, sino en lo que es fundamento, en quien es fundamento de realidad: Jesús crucificado en la gloria de la cruz resucitada. Por eso, ahora ya, nosotros también vivimos en-la-realidad del siempre del Dios trinitario.