En el hospital que atendemos desde la parroquia hay un ingresado que tiene “síndrome de Diógenes”. Ya está perfectamente de salud, pero como no saben que hacer con él hasta que los servicios sociales se aclaren sigue dando vueltas por el hospital. En su espíritu de recoger cosas (pijamas, productos de limpieza, papeles y un largo etcétera), también quita todos los carteles de los tablones de anuncios, se los lleva a su habitación y los hace pedacitos. Así el tablón que tenemos el servicio religioso del hospital, así como el de los sindicatos o el de convocatorias de cursos han quedado limpios como una patena y cada vez que pones un cartel, al rato “zas”, desaparece. Así que ya hemos desistido todos de poner nada hasta que no le den el alta al pobrecillo. El otro día me lo encuentro por uno de los pasillos y me dice: “¡Padre, Padre! Mucha gente me pregunta a qué hora es la Misa los domingos… ¿No sería bueno poner un cartel o algo?” Casi lo mato allí mismo, pero Dios me dio paciencia. En ocasiones nuestros esfuerzos son completamente inútiles y encima parece que se ríen de nosotros.

“La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. Muchas veces llamamos paz a la quietud. La quietud de un paisaje donde sólo se mueven las nubes y alguna hierba mecida por la brisa… o la quietud del sillón donde reposamos nuestras nalgas mientras cambiamos de canal con el imperceptible movimiento del índice sobre el mando a distancia. La paz se ha vuelto un sinónimo de falta de actividad y mucho más de preocupaciones. Sin embargo no es esa la paz que Dios nos da. La paz de Cristo puede estar en nosotros en medio de una gran actividad e incluso en medio de las contrariedades y la persecución. Justamente la paz de Cristo es que no tiemble el corazón ni se acobarden en cualquier circunstancia de la vida. Todos hemos conocido personas que transmiten paz y no les vemos a la hora de la siesta precisamente. San Pablo mantiene la paz, aunque no se queda quieto: “En aquellos días, llegaron unos judíos de Antioquía y de Iconio y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, dejándolo por muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; él se levantó y volvió a la ciudad.”

“Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mi, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago”. Decir esto con paz sólo se puede hacer desde el Espíritu Santo. No me acuerdo que película era sobre la vida de Jesús en la que el diablo tentaba a Cristo en el huerto de los Olivos haciéndole ver imágenes de las recientes guerras, hambrunas, abusos y todo tipo de pecados veinte siglos después de la cruz. Parecía que su muerte era más inútil que poner carteles en el tablón del hospital. Sin embargo Cristo no se entrega para ser eficaz, sino por hacer lo que el Padre le manda por amor. El que busca la eficacia ante todo no suele tener paz, la pierde fácilmente. El que busca hacer la voluntad de Dios, con éxito o sin el, suele mantener la paz y la alegría. No nos resulta fácil comprender y amar en este mundo la no necesidad de la eficacia, pero sería una asignatura a aprender. Es un don del Espíritu Santo que tenemos que pedir cada día con más insistencia.

¿Buscó la Virgen María ser eficaz? Creo que no, sólo busco amar el resto se le da por añadidura.