Indignados, enfadados, irritados, cabreados, arrebatados, molestos, encolerizados, enojados… tal vez sean las palabras que hoy más se repiten en la prensa. Miles de personas habrán salido a la calle (y no sé si habrán vuelto a sus casas), para protestar porque están mosqueados y ciertamente la situación no está para tirar cohetes. Se oirán un montón de consignas y eslogan algunos ocurrentes, otros malsonantes y seguro que algunos contra la Iglesia que siempre es muy recurrido. La gente se juntará para manifestar su desencanto…, y en la Iglesia hablaremos de amistad. ¡Cómo nos gusta llevar la contraria!.

“Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure”. Tal vez esta sea una de las frases más revolucionarias de la historia y en muchas ocasiones la leemos sin prestar mayor atención. Leo en el diccionario la definición de amigo: “Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. Dios mismo, el creador de cielos y tierra, el todopoderoso, el mayor que lo cual nada puede pensarse… ¡quiere que le llamemos amigo!. Quiere tener, y que tengamos, ese trato que se va fortaleciendo. Yendo más a la raíz. Dios nos ha dado la capacidad de amar para que podamos amarle y él nos amó primero. Si de verdad nos diésemos cuenta de esta realidad no habría motivos para estar indignados. Y no lo digo porque viviésemos adormecidos por la religión como el opio del pueblo ese, sino porque desde ninguna instancia se les ocurriría crear ninguna estructura de pecado que pudiese dañar al ser amado por Dios y capaz de amar a Dios. Lo que la Iglesia tantas veces predica: la sacralidad del hombre. un mundo sin hambre, sin violencia, sin leyes injustas, sin opresión, sin guerras, sin discriminaciones sólo es posible desde Dios y no desde la igualdad, la fraternidad y la libertad que se base en el consenso. Es cierto, y lo hemos visto a lo largo de la historia, que también podemos usar el nombre de Dios en vano, pero eso no es ser un amigo, es ser un aprovechado.

Cuando el hombre decidió sentar sus posaderas y ponerse en el centro de la historia decidió que llegar hasta Dios era un esfuerzo que teníamos que hacer para convencer a un Dios para que nos quiera. Pero las cosas no son así, es Dios el que es así, aunque nosotros seamos unos desagradecidos. Aunque toda la humanidad, cada uno de nosotros, diese la espalda a Dios, renegásemos de él y nos dedicáramos a blasfemar a coro… Dios no dejaría de llamarnos amigos. Esa es la grandeza del hombre, el ser amado y el ser capaz de amar gratuitamente.

María no se indigna, ama. Ojalá el mundo de la vuelta.