En la celebración de hoy descubrimos dos aspectos de la Ascensión de Jesús a los cielos. Por una parte el Señor, llevando consigo su humanidad, vuelve junto al Padre. Algunos autores señalan al respecto que Jesús “crea” el cielo, el lugar donde van a ir los redimidos. Su humanidad glorificada es la primera que alcanza la plenitud y abre las puertas a los hombres. Por otra parte, justo antes de la Ascensión, el Señor encomienda a sus apóstoles una misión que, humanamente, se antoja imposible. Les manda que anuncien el Evangelio hasta los confines del mundo.

San Maximiliano María Kolbe, que murió mártir, tuvo durante toda su vida un gran celo por la salvación de las almas y promovió muchas iniciativas apostólicas. En una de sus cartas le explica a un compañero la importancia de la obediencia a los superiores para dar fruto apostólico. Pero, más allá de esa enseñanza particular, explica la razón de la eficacia de la misión de la Iglesia en el mundo. Escribe: “Piensa qué grande es la dignidad de nuestra condición por la misericordia de Dios. Por medio de la obediencia, nosotros nos alzamos por encima de nuestra pequeñez y podemos obrar conforme a la voluntad de Dios. Mas aún: adhiriéndonos así a la divina voluntad, a la que no puede resistir ninguna criatura, nos hacemos más fuertes que todas ellas. Esta es nuestra grandeza; y no es todo; por medio de la obediencia, nos convertimos en infinitamente poderosos”.

Si bien estas palabras pueden aplicare directamente al sacerdocio y a la obediencia propia de los religiosos, también nos ayudan a comprender el mandato misionero que recibe la Iglesia. Los apóstoles, por sus condiciones naturales, no estaban capacitados para llevar adelante lo que Jesús les pedía. Sus solas fuerzas eran del todo insuficientes. Pero Jesús también les promete el Espíritu Santo que, como indica san Maximiliano, otorga al hombre un poder inusitado. Jesús lo describe en el Evangelio al indicar los signos que acompañarán a la predicación del Evangelio: echar demonios, curar enfermos, etc.

La fiesta de hoy recuerda una victoria. Jesucristo se ha sentado a la derecha del Padre y, como dice san Pablo, todo ha sido puesto bajo sus pies. Pero Jesucristo también hace partícipe de su victoria a la Iglesia y por eso le ha sido dado como Cabeza. El mismo Apóstol se ha referido a la importancia de comprender “cuál es la grandeza de su poder para nosotros, loa que creemos”. Por ello, de una manera singular, entendemos hoy que la Iglesia no debe cejar en su labor evangelizadora. Ninguna dificultad puede oponerse al poder de Jesucristo. La contemplación de su Ascensión acrece nuestra esperanza. Nos hace ver que sin la gracia de Dios somos unos pobres hombres, pero con su gracia lo podemos todos. El final del Evangelio del día sigue cumpliéndose en nuestros días: “el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban”. Jesús n ha subido al cielo para desentenderse de este mundo. Al contrario, como Cabeza de la Iglesia continúa saliendo al encuentro de los hombres para ofrecerles la salvación. A esa obra suya fueron llamados entonces los apóstoles y hoy cuenta con nosotros.