La vida eterna es conocer a Jesucristo. Él es el eterno que se ha hecho carne y ha entrado en la historia. Nota san Agustín que el corazón del hombre anhela la vida feliz y que, todo el que desea la vida feliz, si de verdad sabe lo que quiere, anhela ser inmortal. Y se fija el Obispo de Hipona que cuando intentamos satisfacer esa felicidad con las cosas temporales nos mundanizamos y, entonces, la vida se nos hace aún más pesada. Sólo quien conoce de verdad a Jesucristo puede vivir, con dimensión de eternidad, en el tiempo presente.

En la primera lectura san Pablo da muestras de haber conocido a Jesucristo. Su encuentro con el Señor supuso un cambio radical. A partir de ese momento sólo deseó desgastarse al servicio del Evangelio. Ninguna contrariedad ni sufrimiento podían quitarle la alegría de su vida. El tiempo no era para él una sucesión de días que había que llenar, sino que cada instante estaba lleno de la intensidad de su relación con el Señor. Por eso dice: “vosotros sabéis que todo el tiempo que he estado aquí, desde el día que por primera vez puse el pie en Asia, he servido al Señor con toda humildad.

También afirma “pero a mí no me importa la vida”. Pude dar la impresión de una afirmación nihilista. Hay personas a las que la existencia se les hace tan cuesta arriba que preferirían morir. No es ese el sentido de la afirmación paulina. No le importa la vida, mantenerla, porque ya ha encontrado su sentido: vivir para el Señor. Por eso se pone totalmente en  manos del Espíritu Santo. Va hacia Jerusalén y se le anuncia el sufrimiento. Si en su frase san Pablo quisiera decir que prefiere la muerte, huiría de las “cárceles y luchas” que le esperan. Porque sólo quieren la muerte quienes no soportan el sufrimiento de este mundo.

Por eso san Pablo no está aferrado a la vida de este mundo. Ha conocido ya la vida eterna al conocer al Señor y anticipa en este mundo la eternidad que le es prometida. Sabe que la felicidad del cielo es mucho más grande que cualquier gozo terreno, pero también experimenta que vivir para el Señor es lo único que llena plenamente nuestros días en la tierra.

En la vida del Apóstol vemos también como se realiza la oración sacerdotal de Jesús que leemos en el evangelio de hoy. Jesús pide por los suyos que están en el mundo. Él va a ser glorificado, pero sus discípulos siguen en el mundo. También habrán de participar de la gloria de Dios, pero mientras permanecen en la tierra, enfrentados a duros combates por la fe, necesitan de la gracia de Dios. Jesús pide por ellos y también por todos nosotros. En esa oración, entre otras cosas, vemos como Jesús se identifica con su Iglesia y con todos los que confiesan su nombre.