2Tm 2,8-15; Sal 24; Mc 12,28b-34

Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo. Qué concisión maravillosa la de estas frases. Ahí está dicho lo que debemos vivir, y esto es lo que nos deben recordar nuestros pastores. Ser infiel no es lo mismo que negarle. A nuestra infidelidad responde siempre su fidelidad, él nunca nos deja de su mano. Pero negarle es otra cosa. Judas Iscariote le negó con su traición irreversible. Pedro le negó tres veces, pero, advertido por Jesús, le lloró tres veces. Una negación es traicionera; la otra, un absurdo orgullo en su propia potencia, falta de conocimiento de sí y de la propia fragilidad, deseo de creer que tengo fuerzas por mí y que, metido en un cubo, me levantaré tirando del asa. En uno, el Espíritu ha sido expulsado; en el otro, todavía no se le ha hecho lugar donde pueda orar por y con nosotros. En uno, la Palabra está encadenada; en el otro, me hago ilusiones sobre mí, pero el lloro arrepentido abre mis puertas a la acción del Espíritu para que tome posesión de mi ser, ofreciéndome en la plenitud de la imagen y semejanza lo que es mi naturaleza verdadera. Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos: nunca te olvides de él, aun en medio de tus fragilidades y pecados. Pase lo que pase con tu debilidad enflaquecida, guarda siempre nostalgia de Jesucristo, que viene a ti y te llama por tu nombre. Nostalgia de Dios.

No te enredes en los mandamientos, pensando que todo es cumplimiento de reglas y costumbres, pues solo son dos, ambos mandamientos de amor, que, además, se reducen a uno solo. El Mandamiento del amor. ¿Cómo amaremos?, ¿dónde tendré ese seno de amor para que todos mis hablares y todas mis acciones vengan del amor y vayan al amor, dejándome al pasar un poso de amor en el corazón? En-esperanza vivimos ya en el seno de la Trinidad Santísima, en donde la carne resucitada de Jesús, el Hijo, nos prepara el camino, liberados del pecado y de la muerte, de modo que vivamos para siempre en el siempre de Dios. ¡Ay!, sin embargo, todavía estamos acá y no allá, por más que vayamos en camino, El en-esperanza debe ser ya desde ahora un vivir-en-realidad. Y esa realidad no puede ser otra cosa que realidad de amor. Nuestras líneas de acción y de vida, las líneas de nuestra carne, ya no van creando realidades disjuntas, pues convergen en la divinización de nuestro ser, de la naturaleza propia de nuestro ser. Convergencia en suave suasión atractiva que nos señala el punto de nuestro descanso. Con atracción de libertad. Nuestra realidad, así, desemboca en quien, al morir en la cruz, resucitando vive la imagen y semejanza que, engañados por el Maligno, perdimos al querer ser como dioses. En él hemos sido renovados para siempre en lo que éramos por naturaleza de creación, pero que dejamos extraviar. Por eso, haz memoria de Jesucristo el Señor, en quien se te da en camino de amor la plenitud de lo que eres y que vas a recuperar ahora en el seguimiento de quien se ha convertido para ti en el Modelo que te enseña tu quehacer y tu decir. No solo eso, pues no te bastaría con que te marcara un camino, debe darte todavía la fuerza del Espíritu. Misterio de la Trinidad Santísima que actúa en ti.