Hay dos tiestos en la puerta de la parroquia-barracón. No sé que planta es, son de esas que parecen un arbusto y una vez al año florecen. Están a tres metros una de la otra, con el mismo clima, se riegan a la vez, tienen el mismo tiempo y el año pasado florecieron igual. Pero después del invierno una brotó sus hojas verdes y el otro se quedó como un manojo de palos secos. Nadie daba un euro por el seco, me recomendaron tirarlo e incluso alguno se sonreía cuando me veía regarlo pensando que al párroco se le había ido la cabeza. El otro arbusto brotó, floreció y la gente hablaba de él, mientras despreciaba al otro al que seguía regando día tras día. Pero un día salió un capullo (hoy en día como salen capullos en todas partes, nadie le hizo ni caso). Pero hoy los palitroques secos se están llenando de hojas y los feligreses habituales se paran a mirarlo y hablan de él, dando la espalda al que antes alababan pues piensan que su labor natural era dar hojas, mientras que el otro ha hecho un gran esfuerzo por florecer.

“Y todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré.” Aquí la explicación del rollo inicial sobre los tiestos de mi parroquia. Pero es tan real como la vida misma. Hoy miramos el mundo y vemos florecer a los malos, tener éxito, poder y amenazar a los débiles. Riesgo y su prima campan por el mundo como los señores de nuestras vidas y se valora el éxito, el triunfo y el aplauso. Sin embargo los que son fieles en su matrimonio, los que son sinceros aunque les cueste quedar mal, los que son laboriosos y no pierden el tiempo en el trabajo, los que  saben compartir sus bienes con los que lo necesitan aunque no tengan demasiados…, esos parece que el mundo los desprecia y que están en plena decadencia. Sin embargo estoy convencido que las cosas si no son de Dios no tienen ningún éxito por muy llenas de hojas que estén y aunque estén hasta arriba de capullos (que lo están). Por eso: “Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos en el cuerpo, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos guiados por la fe, sin ver todavía. Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor.”

¿Cómo lo hará Dios? No es una buena pregunta. ¡Ya lo está haciendo! «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha.» Los cristianos tenemos que estar atentos a las pequeñas cosas, no nos puede pasar como al pueblo de Israel que esperaba al Mesías con grandes signos y prodigios. Dios va actuando en cada alma en gracia, en cada acto de caridad, en cada oración silenciosa y recogida, en cada acto de perdón o de humildad. Pueden parecer cosas pequeñas, pero son las que realmente importan.

Ayer celebrábamos el Inmaculado Corazón de María, ese corazón que sólo tenía cabida para Dios y a los que Dios ama. Ese corazón cambió la historia ¿por qué piensas que el el tuyo no está cambiando este mundo?.