Hay cifras que dan vértigo, son demasiados ceros seguidos. Hoy se habla de miles de millones de euros con una frivolidad absoluta. Y aparecen las listas de los más ricos, poderosos e influyentes de este mundo. Sus cartillas de ahorro deben ser más alargadas que la mía para contener tanto guarismo (¿O guarrismo? Ya no sé cómo se dice). Indigna bastante ver cómo hay personas que gastan miles de euros sin ningún control y otros mueren de hambre. En las noticias aparecen esos hombres llamados poderosos que parece que van a decidir el futuro de toda la humanidad porque poseen más bienes que los demás o mandan más. Algunos los miran con envidia (o al menos sus nóminas), y desearían ser como ellos. Siempre ha sido esto en la Biblia un escándalo y muchas veces se preguntan sobre el destino de los poderosos.

La primera lectura de hoy parece de un guión de Tarantino, no queda títere con cabeza. La historia que estudiamos suele ser la historia de los poderosos y por lo tanto de las guerras. Para tener lo que llaman poder no dudan en matar, asesinar, encarcelar o denigrar al contrario. Pues suele ser la historia de los enemigos y a la historia sólo pasa el que triunfa.

Jesús hoy nos muestra el verdadero poder. “No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón.” Como dicen algunos amigos: “La mortaja no tiene bolsillos”. De poco serviría atesorar tesoros en la tierra si no conseguimos llegar al cielo. Tristemente nos preocupa más cuando nos tocan la cartera que la fe. Tenemos el corazón en la prima de riesgo y se nos olvida llenarlo de Vida. Pobres poderosos. Los que confían en sus cosas acaban no teniendo corazón, siendo inmisericordes pues para llegar más alto tienen que subirse encima de otros y cuando uno empieza a pisar a los demás suele dejarse el corazón por el camino.

Pero bueno,  seguramente ninguno de los que lean este comentario sea del G8 y podría parecer que hoy “va por otros”. Por eso hoy sería bueno preguntarnos. ¿Dónde tengo el corazón? ¿Qué cosa me fastidiaría perder, que me quitasen o que se me rompiese? ¿Cuánto estoy dispuesto a dar por los demás? Porque nos puede ocurrir que nuestro tesoro sea birrioso, mínimo, asquerosillo y encima perdamos la paz y el alma.

Dios ha mirado la humillación de su esclava, no queramos ser más que nuestra Madre del cielo. Nosotros sí que tenemos suerte.