Hace ya bastantes años que se pusieron en circulación unas hojas con unas tablas en las que,eligiendo una frase de cada tabla y uniéndola a alguna de las siguientes, podías estar durante horas sin decir nada, pero que pareciera muy interesante. Salían frases del tipo: “Queridos compañeros la realización de las premisas del programa nos obliga a un exhaustivo análisis de las condiciones financieras y administrativas existentes. Por otra parte, y dados los condicionamientos actuales la complejidad de los estudios de los dirigentes cumple un rol esencial en la formación de las directivas de desarrollo para el futuro. Asimismo, el aumento constante, en cantidad y en extensión, de nuestra actividad

exige la precisión y la determinación del sistema de participación general. Sin embargo no hemos de olvidar que la estructura actual de la organización ayuda a la preparación y a la realización de las actitudes de los miembros hacia sus deberes ineludibles”. Las malas lenguas decían que los políticos tenían una falsilla de estas en cada debate y que lo importante es que el debate fuese largo aunque no se dijese nada. Tristemente la capacidad de no decir nada ha hecho que nos acostumbremos a hablar y escuchar cada vez con menos atención y que con más palabras se digan menos cosas. Incluso cuando alguien habla con claridad parece que hiere nuestros sentimientos y pisotea nuestro derecho a no escuchar la verdad. Cuando esa costumbre se infiltra en la Iglesia y en el apostolado los resultados son catastróficos.

“No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para destrozaros.” A veces podemos pensar que edulcorando la verdad podremos llegar a más gente. No hay mentira más mentirosa. Si en vez del Evangelio presentamos un sucedáneo, si en lugar de a Jesucristo damos a conocer a una buena persona, si en lugar de la Iglesia les mostramos a un grupete de gente maja que canta canciones de Disney, entonces estamos engañando.

“Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas.” La ley y los profetas no son exactamente un ejemplo de diplomacia y comedimiento. Yo puedo querer y dar mi vida por alguien que esté equivocado, pero me sienta fatal que me engañen a sabiendas. Si tengo que elegir que el médico me diga que tengo cáncer y me queda un mes de vida o que me mire sonriente y me diga -para no preocuparme-, que qué constipado tan malo tengo y me deje una caja de pañuelos de papel en el ataúd me levanto y le doy con un cirio. Si me dicen que ser cristiano no es seguir a Cristo en cada momento de mi vida sino simplemente ser bueno…, voy a buscar otro cirio. Engañar es una de las mayores faltas de caridad.

“Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos”. Ya podría Jesús haber hablado de la apocatástasis final, pero no. En los tiempos en que se nos llena la boca hablando del estado de bienestar (y como nos enfada cuando nos lo tocan), tenemos que seguir hablando de la puerta estrecha y del camino angosto. Habrá personas a las que no les guste esto y te ladren o te gruñan y te ataquen cuando puedan intentando destrozarte. No te preocupes, cuenta con ello pero no podemos callar la verdad. Cuando Abraham intenta salvar la ciudad de Sodoma de la ira de Dios se pone a negociar el número de justos a encontrar, no a negociar lo que Dios entiende por ser justo. Si cada cristiano, cada católico, se decidiese a entrar por la puerta estrecha y viviésemos una piedad no acomodaticia, una esperanza frente a cualquier adversidad, una caridad que sabe darse sin quejarse, el mundo sería distinto. Tal vez nos tachasen de locos o fanáticos, pero que no nos llamen falsos. Ojalá si alguien quisiera conocer a Cristo le pudieran decir: “Mira a un cristiano”. Si intentamos llevarnos bien con el mundo, con el demonio y con la carne seguramente quedaremos escaldados. Y si presentamos una Iglesia que no tiene en el Señor en el Sagrario su mejor tesoro, en la Virgen su alegría, en la pobreza su corona y en una vida coherente su blasón, estaremos engañándonos.

Tendremos mil defectos, pero “Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo:
como tu renombre, oh Dios, tu alabanza llega al confín de la tierra; tu diestra está llena de justicia”. Tenemos toda la ayuda de Dios y el consuelo de nuestra Madre del cielo, que por nosotros no quede.