En la primera lectura de hoy leemos por dos veces una invitación a “buscar el bien” a “amar el bien”. Esta exhortación es tanto más sorprendente por cuanto el corazón del hombre está naturalmente inclinado hacia el bien. Hay un momento en que santo Tomás de Aquino dice que si el corazón del hombre no estuviera más inclinado al bien que al mal no habría libertad. ¿Entonces, de dónde viene esa insistencia de Amós?

Estos días vamos leyendo como el Señor recrimina al pueblo por sus crímenes. En el corazón del hombre hay una exigencia de felicidad que va unida al recto comportamiento (“buscad el bien y no el mal, y viviréis”). Pero esa exigencia es exigente. Conlleva que constantemente estemos en guardia y nos pongamos en juego para adherirnos más plenamente al bien, para desear conocerlo con mayor profundidad y ponerlo en práctica. No podemos conformarnos, en una especie de cansancio moral, con un bien realizado a medias, a penas esbozado. La invitación, gravada en lo más íntimo de cada uno de nosotros, es al bien total.

La lectura muestra en seguida lo que ha sucedido. Mientras dejaban de comportarse según el querer de Dios no habían, sin embargo, suprimido el culto. Seguían participando en los rituales, pero se daba una escisión entre lo vivido en las celebraciones y el resto de la vida. De ahí que el oráculo señale: “Detesto y rehúso vuestras fiestas, no quiero oler vuestras ofrendas”. Esto sí que contiene para nosotros una enseñanza importante.

El culto no es malo. Pero no se puede separar la fe celebrada de la fe confesada y de la fe vivida. Culto, ética y profesión de fe van unidas. Si Dios dice que rechaza el culto, que por otra parte estaba prescrito por la ley, es porque de alguna manera quedaba falsificado. ¿Cómo podían ofrecer un sacrificio agradable quienes después eran inconsecuentes en su vida? Y el profeta, como leemos estos días, no se refería a faltas puntuales, sino a un vivir totalmente de espaldas a Dios. Es lo que leemos en la última estrofa del salmo de hoy: “¿Por qué recitas mis preceptos / y tienes siempre en la boca mi alianza, / tú que detestas mi enseñanza / y te echas a la espalda mis mandatos?

En la Nueva Alianza tenemos un sacrificio que siempre es eficaz y puro, porque es el mismo Jesucristo el que se ofrece. En él no hay doblez ni contaminación de ninguna clase. Es el mismo Señor quien se ofrece en cada celebración de la Eucaristía. De hecho nosotros sacamos las fuerzas para vivir según sus enseñanzas de su misma presencia en el sacramento y del hecho que se nos da como alimento en la comunión. Pero precisamente por ello sentimos una mayor urgencia de configurar nuestra vida a la suya de manera que toda nuestra existencia sea una ofrenda agradable a Dios. Por la comunión nos vamos conformando a la medida de Cristo. Es su amor el que se nos da para que todas nuestras acciones y nuestra misma vida entera sea transformada por ese amor. De ahí que la lectura de hoy nos haga ver la profunda unidad que debe existir entre lo que celebramos en la Misa y nuestra propia vida. Somos conscientes de nuestra debilidad, pero también hemos de ser conscientes del poder de Jesucristo, que quiere llevar nuestra vida a plenitud.