Hoy leemos el final de la profecía de Amós. Lo primero que sorprende es que se da un cambio radical de tono. Hemos oído estos días pasados palabras de castigo y amenaza y ahora nos encontramos con el anuncio de la restauración del reino de Israel. Hay palabras claras que aluden a que se restaurará el reino de la casa de David. Todas estas palabras que aluden a un reino mesiánico son difíciles de interpretar, pero para nosotros contienen un sentido: Dios va guiando la historia y la conduce a un feliz cumplimiento. En ese camino de la historia hay momentos que puede leerse de castigo por nuestros pecados, o de sufrimiento purificador… pero todo ello es permitido por Dios a favor nuestro y para que se manifieste su gloria.

Si atendemos a la respuesta del salmo vemos lo que se propone: “Dios anuncia la paz a su pueblo”. La paz indica una plenitud de vida. La paz es el orden total, transfigurado por el amor de Dios. Supone que las cosas han sido ordenadas de manera que cada cual pueda ocupar su lugar y ser feliz de esa manera. No se trata de un orden violento, sino de la desaparición del pecado y de la armonía en cada uno de nosotros para poder recibir todo lo que Dios nos quiere dar. Es la amistad perfecta con el Señor, que supone también la quietud de nuestro corazón. Si leemos la segunda estrofa del salmo, encontramos en ella abundante material para meditar sobre el plan de Dios y su bondad hacia nosotros: “La misericordia y la fidelidad se encuentran,/ la justicia y la paz se besan; // la fidelidad brota de la tierra/ y la justicia mira desde el cielo”.

Estas palabras del salmo han sido interpretadas por algunos Padres de la Iglesia referidas a Cristo y más concretamente al misterio de la Encarnación. En la única persona de Cristo encontramos la naturaleza humana y la divina unidas, sin confusión y sin mezcla, pero sin separación ni definición (así se definió en el concilio de Calcedonia). En Cristo toda la historia es salvada, porque el carga con todos los pecados y nos redime. También por Cristo llega todo el bien salvador a los hombres. Cuando nosotros leemos las profecías del Antiguo Testamento, entre las que se encuentra esta de Amós, podemos entenderlas mejor. El curso de los tiempos no es un sucederse de acontecimientos deshilvanados. Por el contrario, a pesar del desorden que continuamente introduce nuestro pecado, Dios va a salvarnos a través de su Hijo. Es a Él a quien hay que referir todos los bienes que se nos prometen. No llegan por un accidente, sino por la misericordia de Dios.

De esta manera, el feliz colofón del libro de Amós, nos invita a desear aún más participar de los bienes que se nos prometen. Los castigos y amenazas anteriores, las advertencias sobre los comportamientos desordenados o sobre la escisión entre la vida moral y el culto no pierden su valor. Por el contrario, al saber hacia donde camina la historia cobran mayor sentido todas esas advertencias. Dios quiere que gocemos de su paz y de su vida, y por eso nos advierte, a través de profetas y de muchas otras maneras para que no nos apartemos de sus caminos. Todo el mensaje aparece como un anuncio de la paz que nos quiere dar; paz que, a veces, por nuestro mal comportamiento alejamos de nosotros o impedimos en el mundo. Pero esa es la paz que deseamos y que sólo alcanzaremos en la atención fiel a las palabras del Señor.