Is 7-19; Sal 47; Mt 11,20-24

Se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros, porque no se habían convertido. Ya ves, aunque te planchen a milagros, no importa, no has de creer por eso. Ni tú ni yo creeremos. Porque no nos da la gana. Porque no merece la pena. Porque no hay Dios, y si lo hay, qué más me da. Estoy feliz con ese seréis como dioses que me fundamenta. No necesito otra cosa. Qué más me da el resto. Os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti.

¿Me dejaré arrastrar por las ansias de la carne? Porque el deseo no siempre es deseo de Dios, sino ansia lividinosa, que busca a la otra carne para hacerse con ella, con su sexo, con su dinero, cos sus intereses, con ella toda. ¿Cómo nos purificaremos de este deseo maligno que nos lleva a otros lugares atractores, esta vez no con suave suasión, sino con ansia inmoderada de que el otro y la otra sean míos? Mas sabemos que esos otros puntos atractores te llevan a un vértice cerrado, que se abre solo a la nada, a la inexistencia, que reduce nuestro ser a la bajeza de nuestros más viles egoísmos. ¿Cómo podremos, entonces, subsistir? Poco a poco iremos adentrándonos en ese cono que nos empuja a su vértice cerrado, al punto de nada que será así nuestro destino. Destinados a la nada, a ser nada. Buscando, pues, una perpetuidad de la soledad más rácana. Sin horizonte. Con todos los sentidos aherrojados en ese punto que nos ofrece la nada de nosotros mismos. Rodeados por la cerrazón inmisericorde que se va reduciendo a un punto en el cual desaparezco para siempre. Terrible infierno.

¡Quiero subsistir! ¡Quiero ser siempre! Busco alcanzar la plenitud de lo que soy, mejor, de lo que pude y puedo ser. ¿De dónde me vendrá el auxilio para alcanzarlo? El auxilio me viene del Señor. Lo sé, lo he sabido, es él quien me da esa subsistencia, enamorándome con suave suasión que me atrae hacia sí. Punto atractor que dibuja la cruz de Cristo. Ella es mi subsistencia. Como Moisés, me acercaré a ver ese extraño fenómeno de la zarza ardiente que está en el monte del Señor. Madero ardiente que atrae mis miradas y mis pasos. Tal es el lugar de mi subsistencia. Y ese es un lugar de fe. Es lo único que se me pide, lo único necesario. Del mismo modo que era necesario que el Hijo sufriera, ahora es necesario que crea en él para obtener la subsistencia que busco. Curiosa necesidad, pues en ambas direcciones es camino de libertad. Libertad de la Trinidad Santísima que ofrece al Hijo para nosotros y nuestra salvación. Libertad de deseo que nos hace mirar a la cruz, punto atractor lleno de vida que se abre al Abismo infinito de aquel lado, el lado de Dios. Esto es lo que creemos. Con creencia de libertad absoluta: libertad de enamoramiento; libertad de aceptar esa suave suasión atractora.

En él, así pues, subsistiré. Creyendo en él como quien es, pues capaz de decir de sí palabras que solo a Dios le cuadran: Yo soy, y que nosotros decimos a nuestro modo cuando le llamamos: es el Señor. Él es mi subsistencia. Él me da la subsistencia. Porque él me lleva de su mano a la fe en él. Era necesario que fuera él quien me llevara de su mano, de otro modo ¿cómo sabría a donde ir y cómo llegar?