Jer 3,14-17; Sal Jer 31,10-13; Mt 13,18-23

¿Será todo, pues, cuestión de entendimiento?, ¿quedará la reserva de los elegidos por el Señor a quienes han hecho estudios superiores, a quienes afilando el rabo de la a escrutan las Escrituras como entendidos de profesión? Y, sin embargo, menudo chasco el de Pablo en Atenas, la cuna y el lugar de la filosofía; ni siquiera le molieron a palos, el desprecio fue más hondo: ¡bah!, de eso te oiremos mañana. ¿Por qué Jesús habla tan frecuentemente en parábolas? Porque habla a la comprensión del corazón y la vida. No quiere que saquemos buenas notas, para ello no se hubiera dado a los pobres y sencillos. No quiere que busquemos a Dios, y lleguemos a él, por el camino de la seca racionalidad, aunque tanto mejor si por este también llegáramos. Busca de nosotros la racionalidad sacramental de la carne. Porque si él es carne como la nuestra, eso significa que nosotros somos carne como la suya, simplemente, con la inclusión del pecado. Y su estar con el Padre y ser con él no es algo intelectual, sino completud de vida en el juego del amor. Eso es lo que busca en nosotros. A ello nos quiere atraer con suave suasión de enamoramiento, sin doblegar nuestra libertad. Quiere que le sigamos en el camino hacia el Padre con pasmo de amor; tal como es el suyo. Y para ello han de ayudarnos las Manos de Dios. No es asunto intelectual nuestro, aunque, por supuesto, en esa acción no olvidaremos nuestra razón, por más que deba ser húmeda, como es de verdad la nuestra en todos sus ámbitos. Abrir nuestros oídos y también la inteligencia de nuestro corazón. Tal cosa es lo que Jesús nos pide. Que nuestra intelección esté modulada y moldeada por la ternura y la misericordia que están en el designio mismo de la Trinidad Santísima; designio de amor. En lo que nos viene de Dios, claro es, pero igualmente en nuestras palabras y acciones, la ternura y la misericordia de Dios en Cristo Jesús, con él y de él, será el aceite que haga funcionar nuestra vida y nuestra inteligencia, de modo que nuestras palabras y nuestra vida sean, también, puntos atractores que lleven a él. Ese aceite es el propio Espíritu del Padre y del Hijo que ahora habita en nosotros, de modo tal que, orando, grita en nuestro interior a grandes voces. De este modo, y no de otro, será como daremos fruto.

¿Qué pasará, en cambio, si escuchamos la Palabra, pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas nos ahogan? Por mucha inteligencia y conocimiento que tengamos del rabo de la a, quedaremos estériles. Esos afanes y esa seducción se introducen en nosotros como la negrura del humo entra por las ventanas mal cerradas. Solo el viento del Espíritu que mora en nosotros puede ahuyentar ese humo de negra densidad. Solo él puede hacer que entendamos la Palabra. Entender como acogida en el corazón. ¿Explicación y comprensión?, sí, pero en ese entender de una razón húmeda, pues razón de carne que nunca puede descarnarse. Palabra que es Sermón, esto es, conjugación de la vida entera en el seguimiento de Jesús, hasta llegar a entender en lo que necesitemos el Misterio de la cruz, para, desde la completud del Dios Trinitario, alcanzar la plenitud de lo que somos. Compleción de amor. Es ahí en donde se nos da el entendimiento; en donde se nos pide que entendamos. De este modo, entender es amar.