Jer 7,1-11; Sal 83; Mt 13,24-30

¿Soy cizaña que solo sirve para, al final, quemarla? Porque no seré arrancado todavía, no sea que en ese arrancar caiga también trigo. ¿De dónde sale esa cizaña en mí? Cuando comenzaba a verdear y crecía la espiga, resulta que, a la vez, comenzó a surgir la cizaña en mí. ¿Fui poco cuidadoso? No puse cuidado en que todo crecimiento en mí estuviera en las Manos del Señor, me olvidé de él, creí que ya todo estaba asegurado y que sería fuerte como Sansón. Y fueron cizañas lo que crecieron ahogando las espigas. ¿Para qué sirvo, pues?, ¿cómo podré arrancar esa hierba mala que creció tan espesa en mí?, ¿será esta la que gane en mí la partida, de modo que solo sirva ya para la quema? Mi enemigo ha sembrado cizaña en medio del trigo, y, luego, le ha bastado con marcharse para que crezca y crezca y crezca.

Necesito el cuidado de Dios, de otra manera, ¿qué será de mí?, ¿cómo me libraré de la hierba mala que a borbotones me ahoga? Necesito el cuidado de las Manos de Dios; de otro modo, ¿cómo daré uvas para el vino del Reino, en vez de producir agrazones? Iré a vivir en los atrios de la casa del Señor, para alabarle siempre, sí, pero ¿de dónde sacaré las fuerzas y la constancia, si no estoy a su cuidado? Porque él es mi cuidador, en él confío. Su gracia, que se me da en la cruz de Cristo, me salva, y su Espíritu vendrá a hacer morada en mí. Será la Trinidad Santísima, pues, la que venga a mí con el cuidado de su ternura y de su amor. No me ha de abandonar. No sé cómo lo habrá de hacer, pero se tomará el cuidado de arrancar en mí la cizaña cuando esté todavía tierna, no habiéndose convertido ya en sombrajos que han reducido las espigas a la nada. Qué importante es ese cuidado. Él es mi cuidador.

Ahora, solo ahora, puedo vivir la melodía del salmo: mi alma se consume y anhela en los atrios del Señor. Porque él es mi cuidador y jamás me ha de abandonar. La ternura de sus Manos se harán conmigo, para que viva en su casa. Contemplaré la cruz de Cristo, y en ella se salvarán todos mis cuidados. El Espíritu morará en mí, y cuidará el orden de mi casa para que produzca racimos soberbios de las uvas del reino. Aunque todo dependa del Señor, por medio de sus cuidados amorosos, todo, a la vez, penderá de mí. Su justicia no solo me cubrirá con sus plumas, como si fuese un manto blanco que se echa sobre mis negruras que permanecerían allá por siempre, aunque vencidas por el manto de la justificación, sino que mi carne retozará por tus cuidados, adquiriendo la naturaleza perdida cuando obedecí el seréis como dioses, esto es, la plenitud de mi ser de amorosidad con el que fui creado contemplando las Manos del Señor la carne del Hijo, modelo de mi propia creación. Cuidado que me llevará, por tanto, hasta adquirir lo que había dejado perder, mi naturaleza verdadera ahogada en las cizañas que permití crecer en mí.

Ayúdame Señor a ponerme en tus manos cuidadosas. Que no tenga empacho alguno en dejarme en ellas, y que señalen los caminos por los que habré de caminar para llegar a ese punto final de plenitud, atraído por tu suave suasión que conquista la libertad entera de lo que soy.