Hay personas que desprecian a los ancianos, los consideran “poco productivos.” No hay mayor error, una sociedad que desprecia a sus mayores está abocada al fracaso. Con la gente más joven se habla de cosas tan apasionantes como perecederas. Tal vez un mayor no sepa lo que es el hardware ni el software, pase de guardar nada en la nube ni vea películas en streaming, pero da gusto charlar con ellos y aprender de la verdadera sabiduría, de lo que importa y permanece. En ocasiones es una sabiduría popular que sirve para el día a día y otras veces el sentido profundo de la existencia. Cuando en el hospital me cuentan lo que se quieren parejas que llevan 60 años de matrimonio te da verdadera envidia. Claro que tampoco necesariamente la sabiduría la dan los muchos años. Hay ancianos egoístas, mandones, recalcitrantes, quejicosos y huraños. Pero la vida suele enseñar mucho a quien quiere aprender.

«¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?» Jesús no era un anciano. Para la cultura general diré que los sacerdotes nos llaman presbíteros que significa ancianos, ojalá sea por sabiduría y no por debilidad. Vuelvo a lo de antes: Jesús no era un anciano, pero uno puede aprender de la fuente por ir mucho o por ser el agua. Cristo es el agua viva, la fuente donde mana la sabiduría de Dios. Por eso la gente quedaba admirada, aunque no querían reconocerlo.

«Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta.» Nosotros somos “casa de Dios” desde nuestro bautismo, el Espíritu Santo ha querido hacer morada en nosotros, recibimos a Cristo en la Eucaristía cotidianamente e incluso rezamos con frecuencia. Nos puede pasar que después de tanto tiempo tratando con Dios pensemos que Dios ya no puede hacer nada en nuestra vida, despreciemos la acción de Dios. Muchos santos han tardado muchos años en conocer la voluntad de Dios en su vida, en recibir el carisma concreto o dar sentido a su vida. Y todos han sabido respetar los tiempos de Dios pues saben que Dios da su gracia concreta en el mejor momento, ni antes no después. Por eso no hay que desesperar de Dios, el conoce mejor los tiempos y las horas. Tal vez descubramos la voluntad de Dios a los 16, o a los 31, o a los 53 o a los 87 años y entonces descubriremos lo bien que ha ido haciendo Dios las cosas en nuestra vida. Mientras tanto: fidelidad.

La Virgen descubrió bien joven lo que Dios quería de ella y jamás dijo no a Dios, que esa sea nuestra respuesta sincera al Señor.