En el Evangelio Jesús prosigue su enseñanza sobre el pan de vida. El contenido es eucarístico y así lo podemos leer. Jesús nos dice que el es el pan que ha bajado del cielo para que podamos tener vida eterna. Lo que el auditorio de Jesús no comprende también nos puede pasar desapercibido a nosotros. En la Eucaristía está la fuente escondida de energía que mantiene viva la caridad de la los creyentes.

Al igual que Elías, como narra la primera lectura, podemos experimentar en muchas ocasiones el abatimiento. El profeta llega pedirle a Dios que acabe con su vida porque se siente exhausto. A su petición responde el Señor invitándole, a través de un ángel, a comer. Es una figura que nos indica que tampoco nosotros podemos realizar ningún trabajo si no somos alimentados por Dios. El beato Tito Brandsma, que murió mártir en el campo de concentración de Dachau, pudo celebrar alguna misa una vez encarcelado. Llevaba una partícula de la eucaristía siempre consigo, consciente de la presencia real del Señor. En aquel infierno, donde se podía perder toda esperanza y deshumanizarse, el no dejó de dar testimonio de caridad. Así lo recordaban quienes lo conocieron, como alguien que irradiaba amor. Sin duda, el secreto de aquel amor estaba en su unión con Jesucristo, alimentada por el sacramento.

La Eucaristía nos pide fe. Se pueden hacer muchas objeciones, como lasque escuchamos en el evangelio. Allí recuerdan a sus familiares para cuestionar que ha bajado del cielo, hoy algunos dirán que la Eucaristía es sólo un trozo de pan. Por eso necesitamos de la fe. Santo En un bello himno se recuerda que en la cruz se ocultaba sólo la divinidad, pero que aquí, en la hostia, también se nos esconde la humanidad de Jesús. Por eso necesitamos de la fe.

San Pablo, a su vez, nos recuerda otro aspecto eucarístico. Dice “Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave olor”. Al que recibimos en la Eucaristía es también quien se ha entregado por nosotros. Hay como una continuidad. Se ha ofrecido del todo al Padre en el sacrificio del Calvario, pero también se da del todo a nosotros en la comunión. Muere por nosotros en la Cruz, y se une íntimamente a nosotros. San Pablo nos invita a contemplar la donación de Jesús para llegar a tener sus mismos sentimientos. Hay algo muy profundo: todo sacrificio hecho por amor a Dios comporta una unión con los demás hombres. Eso se realiza de muchas maneras: en el ejercicio de la caridad, soportando las injurias del prójimo, padeciendo por el mal de otros, sufriendo persecución… Pero, en el dinamismo del amor de Dios que ha entrado en la historia y de mantiene presente, conlleva siempre el amor hacia el que sufre, a quien nos ofende e incluso a quien nos persigue y desea nuestro mal.

En lugar de quedar aplastados por las dificultades, como se encuentra Elías antes de comer, conseguimos con Jesucristo, vencer en el amor. Jesucristo nos ha dado su carne para la vida del mundo y nosotros, transfigurada nuestra carne por la suya, también podemos ofrecernos para que la muerte que nos rodea y nos desanima sea vencida. La Eucaristía es fuente de amor que transforma a quienes se acercan a ella con fe.