Al leer el Evangelio de hoy he recordado a la Madre María Félix Torres, fundadora de la Compañía del Salvador y cuyo proceso de beatificación se inició hace escasos meses. Me contaban que, en los últimos años de su vida, su ilusión era volver a obedecer como una novicia. De hecho dejó el cargo de Superiora General, y muchos que la veían por uno de los colegios no sabían que ella era la fundadora. He recordado también al hermano Gárate, hombre de profunda humildad que cuidaba la portería de Deusto, y que, según un testigo que le conocía decía a menudo, cuando alguien se quejaba: “Si en este mundo somos mal pagados, no ocurrirá así en el otro”, “No procedáis bien para ser vistos de los hombres, que Dios será nuestro pagador”.

El camino de la sencillez, de la humildad y del servicio a los demás a primera vista no parece muy agradable. Ciertamente es posible vivir estas virtudes en cualquier situación y cargo. Conocí a un catedrático de metafísica que acogía siempre con interés mis observaciones y sugerencias sobre la materia que él impartía a pesar de yo no saber prácticamente nada del tema. Para él lo importante era hacer bien y deseaba que le indicara aspectos sobre los que escribir con esa finalidad. Él mismo me recordó, en más una ocasión, la tentación, terrible porque fácilmente pasa desapercibida, de querer ocupar cargos con el pretexto de que desde ellos influiremos o podremos ayudar más.

En la escena evangélica de este domingo nos encontramos a los apóstoles en esa situación. Jesús les ha hablado de su pasión y ellos no habían entendido nada. Además tenían miedo de preguntar. Ese miedo, por el contexto, parece referirse a que quizás descubrían que no estaban pensando u obrando adecuadamente. Es parecido al que podemos experimentar nosotros, al interesarnos por alguien u ofrecer nuestra disponibilidad. Porque, quizás, acepten nuestra ayuda y compliquen nuestra vida.

El apóstol Santiago, en la segunda lectura, con un lenguaje muy duro, señala a dónde pueden conducir la envidia y la ambición. Es fácil que ambas se den unidas, porque la envidia es la tristeza que nos produce el éxito o algún bien que reconocemos en otro. Lo mismo pasa con la codicia, a la que también se refiere.

Jesucristo nos enseña que “quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos”. Nos invita a seguir su camino. En Jesucristo Dios se ha humillado para salvar a los hombres. Por su abajamiento nosotros hemos sido salvados. También, muchas veces, por la humildad, el renunciar a tener razón, la capacidad de perdón o simplemente por no tener en cuenta el mal que nos han hecho, otros han sido salvados. Y Jesús completa su enseñanza con un ejemplo, para que se entienda bien, y no nos confundamos pensando que se trata sólo de una frase hermosa. Acoge a un niño y lo abraza, es decir, le manifiesta su afecto y nos dice así que servir a los demás debe hacerse con amor, porque sino es utilizarlos. Asume la pequeñez del otro como propia, y en eso consiste servir. El corazón del niño no va a poder amar a Jesús como éste le ama, pero eso en nada disminuye el amor que el Señor le tiene.

En la primera lectura, se ilumina otro aspecto. No siempre se va a entender la vida del justo. Si por una parte para servir como Jesucristo nos enseña hemos de luchar contra las tendencias desordenadas que hay en nosotros, tampoco el hacerlo va a librarnos de la incomprensión e incluso de la persecución.