En la primera lectura escuchamos un fragmento del libro de los Proverbios. Forma parte de los llamados libros sapienciales de la Biblia. Este grupo de escritos gozan de poca audiencia entre nosotros. Por eso, quizás, lo primero, es intentar recordar su importancia. Quizás nos disuade un poco el hecho de que parecen como máximas que también podrían darse fuera del contexto bíblico. Muchas de sus enseñanzas no son exclusivamente religiosas. Pero eso no significa nada, porque tampoco es una sabiduría meramente profana. Por una parte hemos de considerar que todo hombre, en su interior, siente una llamada a buscar la verdad y una inclinación hacia Dios. Por tanto no existe un mundo humano que se opone al divino, sino que se abre a él para ser perfeccionado. Hay muchas cosas que nos llegan de la sabiduría popular y que son normas muy certeras para la vida. No se oponen a Dios, sino que muestran como nuestra naturaleza tiende hacia él. Por otra parte, en los libros sapienciales, toda la sabiduría humana queda reconducida a la verdadera Sabiduría, que es Dios. En el mismo libro de los Proverbios (cap. 8) se habla de la Sabiduría con tonos tan personales, que anticipa veladamente el misterio mismo de Dios.

El libro de los Proverbios, atribuido a Salomón, nos coloca pues en la perspectiva de que todo nuestro conocimiento ha de orientarse a escuchar la voz de Dios: la que nos llega a través de la luz natural de la razón y la que podemos escuchar atendiendo a la Revelación. De hecho esta es necesaria porque, a causa de nuestro pecado, nos cuesta conocer la verdad sin mezcla de error y además, para nosotros, resulta una tarea difícil.

Finalmente los Proverbios que leemos nos muestran que hay una Sabiduría más profunda que aquella que nosotros usamos. Nuestra sabiduría, muchas veces, es una especie de cinismo. Así priorizamos nuestro interés por encima del bien, o consideramos que es espabilado quien se asegura su provecho desatendiendo a los demás. Es una sabiduría aparente que reduce nuestro horizonte a los límites de lo finito. Los Proverbios dilatan nuestra mirada hacia el infinito y nos recuerdan que la verdad de cada uno de nosotros está vinculada a la Verdad de Dios y a su designio amoroso. Por eso vale la pena escucharlos con atención.

Fijémonos en el texto de hoy. Se hace un elogio del hombre honrado. ¡Es tan importante en nuestro tiempo! ¡Cuántas veces no hemos oído las quejas de personas que por actuar rectamente han quedado relegadas! Sin duda muchas. Y existe esa tentación de coger el atajo del mal, de olvidarse de las normas de la conciencia y de seguir el impulso del propio interés, como si esa fuera la norma suprema.

Hay una frase que nos puede ayudar. Dice: “el Señor aborrece al perverso, pero se confía a los honrados”. Quien se convierte en su propia norma cae en una especie de ceguera. Cada vez está más convencido de su propio error y se aleja más del camino de la verdad. Muchas veces lo habremos observado en personas que viven empecinadas y que no hay manera de sacarlas del error. Allí sucede que el propio egoísmo ha embotado la inteligencia. En cambio quien abre su corazón con rectitud de corazón experimenta cómo Dios le visita y por eso va siendo iluminado desde dentro. La práctica del bien, aunque sea costosa, nos provee de certezas y nos capacita, cada vez más, para ser mejores.