En los relatos evangélicos encontramos, a menudo, como Jesús se distancia de su Madre. Sabemos que no se trata de un apartarse afectivo ya que ningún hijo quiere con mayor amor a su madre que nuestro Señor. Pero hay como un distanciarse que nos va mostrando el verdadero papel de María y su contribución a la historia de loa salvación. Si de algo queda lejos la vida de nuestra Señora es de los argumentos románticos y de las novelas sentimentales.

Escribió santa Teresa del Niño Jesús, respecto de la Virgen:; “nos la presentan inaccesible, habría que presentarla imitable, hacer resaltar sus virtudes, decir que ella vivía de fe igual que nosotros, probarlo por el Evangelio, donde leemos : No comprendieron lo que quería decir. Y esa otra frase, no menos misteriosa: Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Esta admiración supone cierta extrañeza”.

La misma santa señala que María es más madre que reina y que, por ello, su gloria no eclipsa la de sus hijos. En primer lugar está para realzar la figura del Salvador. Ella calla como el fondo en el que ha de resonar aún mejor la Palabra. Pero, además, ella opera a favor de todos nosotros.

En el evangelio de hoy vemos como se distancia Jesús de su familia biológica, pero lo hace para acercarse aún más a ella. Prueba con sus palabras que el vínculo que hay entre Él y María trasciende lo bio0lógico y se encuentra en un nivel más íntimo y profundo: “Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra”. Recordamos lo que señalaba san Agustín de que María concibió antes por la fe en su corazón que no carnalmente en sus entrañas.

Así, hoy nos sentimos llamados a pedirle a María que nos ayude a escuchar las palabras de su Hijo. Cuantas horas y días pasó nuestra Madre esperando que Jesús dijera sus primeras palabras como hombre y balbuceara un “papá” o “mamá”. Pero en esa espera, contemplando con amor a su Hijo, se inflamaba su afecto y caminaba en la fe. Por eso lo primero es pedirle a María que nos enseñe a saber escuchar a su hijo con esa tensión afectiva que ella tenía: a esperar con ansia sus palabras, a descubrirlas como dirigidas a nosotros personalmente. Y después pedirle que sepamos llevar a la práctica todo lo que el Señor nos enseña.

Si parece que Jesús se aleja de su madre, no es así. De hecho la acerca a todos nosotros. Nos muestra que la relación que hay con ella proviene de la gracia. Su maternidad biológica fue determinada en aras al bien de los hombres. Dios la predestinó a ser la madre del Verbo encarnado y también nuestra madre. Por eso tenemos un profundo vínculo espiritual con ella. No está lejos de nosotros sino que intercede continuamente para acercarnos cada vez más a su Hijo, para que conozcamos las palabras de su Hijo, para que realicemos las obras de su Hijo.

Cristo ha establecido una nueva familia, la de los hijos de Dios. Que María nos ayude a comprender ese gran don de la misericordia.