En el Evangelio que hoy la Iglesia nos propone Juan se queja a Jesús del bien que hacen otros: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”. Jesús corrige a su apóstol, pero va más allá. Por una parte le enseña a reconocer cualquier bien que se da en el mundo, pero por otra nos advierte, a él y a nosotros, del peligro de ser nosotros causa de escándalo.

Santo Tomás de Aquino, el insigne teólogo católico, afirmaba “me importa la verdad, no quien la dice”. Por eso él pudo aprovechar mucho de los filósofos paganos, poniendo las verdades que estos habían alcanzado al servicio de la fe. Lo que él hizo en el orden del pensamiento, se puede llevar a todas las realidades humanas. Porque el mundo no es totalmente malo. Bien al contrario, en muchas partes hay belleza, bondad y verdad. Por eso podemos también encontrar a personas no creyentes que realizan obras buenas. Sería absurdo negar su bondad por no tener nuestra fe. Igualmente, otros pueden sorprendernos por su delicadeza, su servicialidad o su capacidad para el sufrimiento. Todo lo que de bueno hay en el mundo da gloria a Dios. Y, porque el hombre no está totalmente corrompido y en su corazón sigue latiendo el deseo de Dios, tenemos tantas cosas en común con todos. No sólo podemos agradecer el bien que tienen, sino que, también es posible colaborar en algunas iniciativas. Donde se obra el bien Dios se revela de alguna manera.

Esto no quita el decir que la plenitud de la verdad se encuentra en Jesucristo y que, sólo en Él, encontramos la salvación. Pero hay muchas rendijas que dejan que el amor de Dios se muestre en el mundo y, a través de ellas, hay personas que recuperan la esperanza, desean ser mejores o encuentran consuelo. Aún así yo no encuentro en el mundo ningún lugar que refleje el amor hacia todos como la Iglesia. Pero, precisamente por eso, la Iglesia sabe reconocer todo lo que de bueno y justo se da fuera de ella. Al igual que, en la primera lectura, vemos que es Moisés, el elegido por Dios para conducir a Israel, quien mejor comprende que el espíritu se haya derramado sobre los dos ancianos que se habían quedado en el pueblo. La unión con Dios nos ayuda a distinguir lo bueno de lo malo evitando juicios precipitados.

Jesús también nos habla del escándalo, que es todo acto o palabra que conduce a otro a pecar. Especialmente grave, dice el Señor, es hacer daño a los pequeños ya que estos son especialmente influenciables. Aquí se nos invita a romper radicalmente con todo lo que pueda hacernos daño. No valen las medias tintas ni, como dice el refrán, podemos “poner una vela a Dios y otra al diablo”. Sé de muchachos que han tenido que cambiar de ciudad o dejar su trabajo para poder ser fieles a la amistad con Jesucristo. En esa enseñanza del Señor también se nos invita a descubrir y custodiar la inocencia de los más pequeños. Oscar Wilde, en El retrato de Dorian Gray, describe la fascinación que ejercen estas almas y la tentación de manipularlas. Es la influencia nefasta de un frívolo la que coloca a un alma buena en la pendiente de la corrupción con un resultado fatal. Jesús aquí también nos dice que somos responsables de la pureza de corazón de los demás. Las almas son sagradas.