Predicar no es excesivamente difícil, aunque requiera preparación y oración previas. Pero en el “éxito” de la predicación también está el modo de hablar, la entonación, qué tal es la megafonía, la situación media de los oyentes…, etc. Muchas veces la tragedia de algunos creyentes ha sido poner su fe en predicadores y no en el que predicaban y se han sentido desengañados. No hace falta más que pensar en algunos éxitos de tele predicadores. En el ministerio sacerdotal – y en la vida de cualquier cristiano-, o difícil es el tú a tú. Cuando el dolor, la incomprensión de los acontecimientos de la vida, las frustraciones  o la debilidad se hacen patentes. Creo que por eso se ha abandonando tanto la confesión en los sacerdotes, es mucho más fácil hablar de generalidades que hablar del amor de Dios al corazón roto. Me pasé medio seminario y los primeros años de mi sacerdocio oyendo hablar de “los alejados” a gente que no había salido -ni quería salir-, de la sacristía. Por eso cuando te encuentras frente a frente al matrimonio que ha perdido a su hijo en la primera semana de vida fuera del vientre de su madre, al que tiene un vicio que no se le quita y al que acude recurrentemente, cuando palpas la muerte de un ser querido…, es entonces cuando hay que dar razón de nuestra esperanza.

“Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu”. Cristo es el que da sentido a toda la existencia humana, en cada momento y circunstancia. Sinceramente, vale más bien poco recurrir a la psicología o a las terapias de grupo cuando vienen a pedir sentido a la fe. Sólo acercándose a Cristo podrán -podremos-, dar sentido a la existencia. Cuando vienen a verme como sacerdote no esperan que les ofrezca un diván, sino al crucificado. Si hiciera otra cosa les engañaría. Y en ocasiones hay que decirles como San Pablo: “En el mundo no teníais ni esperanza ni Dios. Ahora, en cambio, estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos”. Muchas veces hoy tengo que recordar a la gente que han vivido muy lejos de Dios y ahora le piden explicaciones, cuando no le conocen. Puede parecer duro, pero compadecerse (padecer con ellos), es en primer lugar por su falta de fe que les lleva a la tristeza y el desconsuelo. Y entonces hay que anunciar a Cristo, no la auto-ayuda.

“Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame”. ¿Cómo va a esperarse a alguien si no se sabe quién es? El año de la fe ha comenzado y el Papa nos pide que no demos por supuesta la fe, tenemos que anunciar explícitamente a Cristo, aunque nuestro interlocutor no dude en decirse cristiano (mucho más si no practica, ni reza y vive como un pagano). No podemos dar por hecho a fe, hay que anunciar al Señor, el Espíritu Santo nos ayudará.

La Virgen es la mujer de palabras de fe, que ella nos ayude a ser verdaderos testigos y devolver al mundo la esperanza y a Dios.