Santos: Simón y Judas Tadeo, Apóstoles; Atanasia, virgen; Farón, Neófito, Gaudioso, Firmiliano, obispos; Leonardo, confesor; Cirila, virgen y mártir; Esmaragdo, Marciano, Arquelaida, Terencio, Neonila, Nita, mártires; Rodrigo Aguilar Alemán, sacerdote y mártir; Sigolino, Alberico, Anglino, Odilón, abades; Esteban, monje.

Para diferenciarlo del otro Simón Barjona –o el hijo de Jonás– a quien Jesús cambió el nombre por el de Pedro, en un hebraísmo que indicaba su misión fundamental de la futura Iglesia, los Evangelios llaman al santo Apóstol de hoy Simón el Zelote.

También recibe el nombre del «Cananeo», que viene a significar lo mismo porque la palabra viene de la raíz “qanná” que en hebreo significa «celoso» o «zelote».

Y es explicable. Los romanos conquistaron Palestina en un tiempo cercano a la era cristiana. El pequeño pueblo judío era bravucón. Aquel dominio apoyado por la fuerza del poderosísimo ejército humillaba su orgullo nacional no solo por el duro motivo político; había un potente factor de orden religioso que los hacía diferentes de los demás pueblos. Ellos se sabían únicos portadores de las formidables promesas mesiánicas y de ahí que desde sus inicios fuera un pueblo teocrático; entre los judíos, la política y la religión iban hermanadas. No soportaban la situación del romano dominante y crearon una fuerza de resistencia cuyos componentes o afiliados se llaman zelotes; vibraron con un fuerte movimiento que se caracterizó por un nacionalismo suspirante por el inmediato advenimiento del Mesías; sería Él quien los libraría del inmenso poder de aquellos paganos.

Así que Simón era un zelote. Así lo llamó Jesús y así le siguió él; así aprendió las notas espirituales del Evangelio por encima de los intereses políticos y así lo predicó, según parece, en Egipto, Mesopotamia y Persia donde se sitúa por antigua tradición su muerte.

Judas aparece, en las listas neotestamentarias apostólicas de los evangelios sinópticos y los Hechos, es la pareja de Simón y, como a él, también se le añade un calificativo distintivo del otro Judas que fue el traidor ahorcado. De este modo, se le llamará Judas Tadeo. De hecho, san Juan le distingue en el cuarto evangelio por vía de negación, llamándole Judas no-el-iscariote; y conserva una pregunta hecha a Jesús en el entorno de la Última Cena «Señor, ¿cómo ha de ser eso de que te has de mostrar a nosotros y no al mundo?», cuando Jesús hacía causa común con el Padre y ya había dado a los suyos el mandamiento nuevo.

Quizá su nombre fue el causante de que, en los primeros siglos y durante la Edad Media, fuera un Apóstol poco mencionado y poco venerado. A partir de las revelaciones de santa Brígida de Suecia, que contó cómo el Salvador le había mandado que acudiera a la intercesión de san Judas, fue como comenzó a tomársele por abogado de las causas extremosas consideradas ya perdidas.

Aunque algunos han querido considerarlo como hermano de Santiago el Menor, no hay total evidencia; ni siquiera se puede asegurar que este Apóstol Judas sea el autor de la muy breve carta canónica que lleva su nombre, a pesar de que quien la compuso fuera buen conocedor de la Biblia y de la literatura de la tradición judía de modo especial –por citar el libro “apócrifo de Henoc” y “La Asunción de Moisés”– , ni aunque el autor llamado Judas enseñe que la base de la vida cristiana está en la fe bien entendida, es decir, acompañada de la caridad.

Una misma tradición recogida en los martirologios romanos de Beda y Adón, más las alusiones de san Jerónimo y de san Isidoro hermanan a la pareja evangélica haciéndolos mártires en Persia, concretamente en la ciudad de Suamir.

La leyenda cuenta la sobrecarga idolátrica de los habitantes del país. Sigue narrando que ambos fueron conducidos a los templos paganos: Simón al del dios Sol y Judas al de la diosa Luna. Ante su presencia, los dos ídolos se pulverizaron y de sus cenizas salieron demonios con terribles aullidos. Los sacerdotes paganos se revolvieron contra Simón y Judas y los despedazaron. Pero la respuesta del cielo no se hizo esperar con una horrible tormenta, un terremoto y la muerte de gran cantidad de paganos. El rey, previamente convertido al cristianismo y bautizado, les edificó un suntuoso templo una vez pasados los horripilantes sucesos.

A ver si, después de leer la superligera biografía de estos dos santos apóstoles bastante desconocidos y la última pareja de las listas apostólicas, nos animamos a ser más fieles discípulos, que es lo que ellos enseñaron, mejorando «ese aspecto» de nuestra vida que no termina por dar la nota. Si está ya dejado por imposible… será la ocasión de acudir a san Judas Tadeo para que se luzca una vez más.