Santos: Florencio, Rufo, Herculano, Prosdócimo, Engelberto, Restituto, Wilibrordo, obispos; Aquiles, Agomar, Ernesto, Lázaro, confesores; Leopardo, Melasipo, Antonio, Casina, Taurión, Tesalónica, Carinos, Hierón, Hexiquio, Aucto, mártires; Gertrudis, abadesa; Severino, monje; Pedro Wu, catequista laico mártir de China.

No hay noticias de su muerte. Lo último que sabemos de él es la afirmación de san Beda el Venerable escrita en el 734: «Wilibrordo inflige todos los días derrotas al diablo; a pesar de su ancianidad combate todavía, pero el viejo luchador suspira por la recompensa eterna».

Como puede apreciarse, la terminología empleada para referirse a Wilibrordo es militar. Nada más lejos de las actividades bélicas que la vida del monje Wilibrordo. Si acaso, su lucha y calificativo de «peleón» va por otro camino distinto al de las armas; tiene más bien la resonancia de algunos pasajes paulinos al describir la vida cristiana.

Su padre pertenecía a la primera generación de cristianos anglosajones convertidos del paganismo, se llamaba Wilgils. Lo entregó al monasterio de Ripón para su crianza y custodia cuando decidió vivir solitario tras la muerte de su esposa. Ya en su juventud, Willibrordo decide libremente hacer profesión religiosa.

Su alma no le cabe en el cuerpo por los deseos de santidad. Deja el monasterio de Ripón aprovechando la coyuntura de la marcha a Roma del santo abad Wilfrido. A partir de ahora va a permanecer doce años en el monasterio de Rathmelsigui, en Irlanda, aprendiendo del afán misionero del abad Egberto que ya fracasó en su intento evangelizador de Frisia en el continente.

Cuando en el 689 Pipino II, rey de Austrasia, vence al rey Egberto, de Frisia, se abren nuevas posibilidades de evangelización de los frisones. Allá marcha Wilibrordo a la cabeza de doce monjes. Es el año 690. No tienen fácil la predicación del Evangelio a un pueblo rebelde y testarudo con el que no pudo del todo el poder de Roma; tampoco el cristianismo de los merovingios fue aceptado por los altos y rubios frisones que se muestran ufanos en sus ansias de libertad e independencia. Pero las dotes de organizador, la tenacidad, paciencia, audacia, valentía y santidad de Willibrordo van consiguiendo una comunidad de cristianos, convertidos y preparados en la fe uno a uno, ayudado por sus monjes.

El Papa Sergio I lo consagra obispo, le concede amplios poderes y llena de bendiciones su labor apostólica en las tierras que están entre la desembocadura de los grandes ríos que mueren en las costas de los Países Bajos. El rey Pipino le concede todo su apoyo. Mejoran las condiciones políticas. En el castrum romano de Utrecht levanta la basílica de El Salvador que es también escuela y residencia. Más lejos de la primera línea misionera, en territorio franco, funda el monasterio de Eschternach, cerca de Luxemburgo, para que sea un emblema del quehacer cristiano en servicio de la misión y un lugar donde puedan reponer sus fuerzas los vanguardistas que llegan hasta Dinamarca impulsados por el afán misionero.

El arzobispo de los frisones, este conductor de hombres y magnífico organizador, el que se caracterizó por su austeridad y supo ser como un padre para todos murió, muy probablemente, en el monasterio de Eschternach, el 7 de noviembre del año 739.