Ap 10,8-11; Sal 118; Lc 19,45-48

¿De qué cuadernillo se trata? Pequeño, minúsculo, y abierto esta vez. ¿Cuál es su contenido? La revelación de algún contenido cercano. Desesperanza que puede asaltar a los cristianos, quizá; que me asalta a mí, o a ti. La consumación, ¿cuándo será?, no lo podemos saber, pero sí podemos aguardarla para pronto. Toma el cuadernillo y devóralo. La palabra de Dios tiene doble filo, te amargará en el vientre al recibirla y luego deberás pregonarla; mensaje de dolor y gloria, de persecución y triunfo (Manuel Iglesias). Qué palabras tan extrañas, visiones enloquecidas. ¿Estamos ya más-allá o todavía nos movemos en el obscuro acá en el que somos pitorreo de las gentes? ¿Cerraremos los ojos?, ¿taponaremos nuestros oídos?, ¿abandonaremos el seguimiento de Jesús porque no somos dignos, porque no somos capaces de ir tras él con la lengua afuera como ovejas que han perdido a su pastor? ¿Cuál será ese minúsculo cuadernillo, como minúsculos son también los acontecimientos de mi vida? Lo comeré, me producirá arcadas y amargor en el vientre. ¿Haré mía esa palabra?, ¿la pronunciaré a los gritos para que todos la oigan? Qué vergüenza, Señor, quizá no me atreva. ¿Tendré la limpieza de corazón y la actitud de mansedumbre para proclamar esa palabra que he hecho mía? Alguno lo hace, muchos lo hacen. ¿Podré yo? ¿Me fiaré de ti y dedicaré mi vida al anuncio de tu palabra? ¿Qué podrá pasar?, ¿qué me podrá pasar? ¿De dónde sacaré las fuerzas para ello? Dime quién eres, Señor, dime quién eres. Que esté siempre contigo, yo, tan incapaz, tan poco digno de ti, y que mi palabra sea la tuya. Haz que en mi vientre sienta el amargor de tu palabra, y que las palabras, que ahora son tuyas, salgan de mi boca a borbotones.

Isaías (56,7) nos ha dejado escrito que tu casa será casa de oración, pero nosotros, continúa Jeremías (7,11), la hemos convertido en cueva de bandidos. Esas son las palabras de los profetas que Jesús hace suyas cuando, entrando en el templo, empezó a expulsar a los que vendían. Recostado en su pecho, como el discípulo amado en la última cena, le preguntaré: ¿también yo, Señor? Porque no lo sé muy bien. Vuelvo a repetírtelo: no sé si soy digno de seguirte; qué digo, sé que no soy digno de seguirte. ¿No habré convertido yo el hondón de mi corazón en refugio de los ladrones que habitan conmigo, en mi vida, en lo que ella ha sido hasta el presente y lo que todavía sigue siendo? Señor, pero si yo no soy digno, tú lo sabes bien, a ti no puedo engañarte, tú lo sabes todo. ¿Cómo pronunciaré palabras que son tuyas, solo tuyas? Dame de ese librillo para que lo coma, el que se adapta tan bien al acontecimiento de mi vida, tan minúscula, y que amargue en mi vientre; quizá entonces mis palabras serán las tuyas, y mi vida será seguimiento de tus caminos. Camino que, horror, conducen a la cruz. Sácame de la cueva de ladrones que me acecha y déjame estar ahí, junto a María, tu madre, y las demás mujeres, al lado del discípulo que tú tanto querías.

Qué dulce al paladar tu promesa, Señor, cantaré con el salmo. Tu seguimiento es mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. No me abandones, Señor, sé que no me abandonas, nunca, nunca jamás. Abro la boca y respiro tus palabra. Oveja de tu rebaño, Señor, tú me conoces y yo, con tu gracia, te sigo.