Ya estamos preparando el traslado. Gracias a Dios hay una señora en la parroquia que está ordenando todos los papeles del despacho antes de trasladarnos al nuevo despacho parroquial. Hay tal lío de papeles entre solicitudes de bautismo, inscripciones a catequesis, cartas del arzobispado, planos del proyecto, papeles de la obra, permisos del Ayuntamiento, facturas y los demás sobres y zarandajas que llegan todos los días que luego es imposible encontrar nada. Pero ordenando cada cosa según su clase y su fecha se está haciendo muy fácil encontrar cada cosa y que quede ordenada. Mi orden era el “según cae” y cuando el montón alcanzaba una altura considerable…, se pasa a otro montón. Así era imposible encontrar nada. Y luego me lamentaba de no encontrar rápidamente el papel que buscaba.

¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza, que gritan a otros: “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado.”

Estoy convencido que una generación que ha dejado a Dios de lado, lo ha “traspapelado” y no sabe dónde ponerlo ni dónde lo ha dejado, es una generación que va a la ruina. Puede parecer exagerado o catastrofista, pero veo a tantas personas (¡ojo! No digo jóvenes, me preocupan mucho más los que enseñan y son modelo de esos jóvenes), que han perdido el norte, que ya es preocupante. Personas que no tienen ninguna noción de trascendencia, ni de inmanencia pues no cuidan ni su futuro ni su presente. Personas que necesitan acudir a drogas para pasárselo bien o para mantenerse. Gente que dice vivir el presente y deja que se le escape pues no tiene sentido su vida. Personas que han perdido su capacidad de relacionarse si no es a través de un teclado, o que no saben quiénes son pues no quieren guardar un minuto de silencio y, si alguna vez se encuentran con ese silencio, se deprimen. ¿Por qué todo esto? Para mi esta claro: Han arrojado a Dios fuera de su vida y viven como si Dios no existiera. Queríamos lo mejor de Dios…, matando a Dios y “el camino de los impíos acaba mal”. “Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar; tu progenie sería corno arena, como sus granos, los vástagos de tus entrañas; tu nombre no sería aniquilado ni destruido ante mí”.

Estamos en Adviento, hay esperanza. Y es que Dios es compasivo y misericordioso. Aunque sólo encuentre cien, cincuenta, veinte, diez, cinco justos, seguirá apiadándose de todos, derramando su gracia sobre el mundo y llamándonos a todos a su salvación. Por eso es tan importante que seamos fieles a Dios, a la Iglesia y a nuestra fe. Muchas cosas dependen de ello.

Que Santa María la Virgen nos de esa fidelidad para guiar a esta generación que ha perdido el norte, que quiere matar a Dios…, y luego se queja.