A unas horas del acontecimiento de la Navidad leemos el cántico de Zacarías, conocido como Benedictus. La Iglesia lo recita cada mañana en la oración matinal de la Liturgia de las Horas. Zacarías se hace eco de cómo en Jesucristo se cumplen las promesas hechas por Dios en el Antiguo Testamento. Todo el Antiguo Testamento se realiza en Jesucristo. Estaba esperándolo a Él y no dejaba de hablar de Él, aunque veladamente. Pero en Jesús todo se hace claro. Zacarías retrotrae la promesa a Abraham y no deja de fijarse en que el Mesías pertenece a la casa de David.

En Jesús se cumple lo que había sido anunciado a los antiguos. También ahí vemos un indicio de que todo lo que Jesús nos promete va a realizarse. Ahora ya no se trata de una promesa a la espera de un Mesías, sino de algo nuevo. El Mesías nos trae la salvación y el perdón de los pecados. Y Zacarías no deja de fijarse en que el Mesías, Jesús, nos va a librar de todos nuestros enemigos. Ello hace que ya no debamos tener temor y podamos caminar con absoluta libertad.

Este cántico precede al gran acontecimiento de la Navidad. Zacarías, inspirado por el Espíritu Santo señala la misión del Bautista, que habrá de preparar el camino al Señor, pero se fija, sobre todo, en la misericordia divina. El amor de Dios, infinito, es misericordioso porque se inclina hacia la debilidad del hombre. No es el suyo un amor que se enfríe ante la indiferencia humana sino que se vuelve hacia el pecador. Las entrañas misericordiosas de Dios nos aman más allá de nuestro pecado. Es decir, ve el bien al que estamos llamados y que, a veces, queda enterrado por nuestra historia personal de desobediencia. La figura del sol que va a librarnos de las sombras de muerte, del caminar en tinieblas, apunta a Jesús. De la misma manera que la oscuridad se desvanece ante la presencia del astro rey, también el hombre es totalmente renovado con la llegada de Jesucristo.

Y Jesucristo viene, como apunta Zacarías, para conducir nuestros pasos por caminos de paz. La paz, dicen los autores, es el efecto más grande del don de Dios. Implica la reconciliación, del hombre con Dios, con los demás hombres, con la naturaleza y con uno mismo. En nuestra vida constatamos a diario el desequilibrio que nace de esa falta de paz. Los miedos, la inseguridad, nuestra libertad esclava, el desorden de las pasiones, la incapacidad para el bien… nos privan de la paz que deseamos. En su lucha desesperada por conseguirla no son pocas las veces en que cometemos aún males peores. Así lo muestra la historia. Sólo Jesús nos trae la auténtica paz. Porque en Él todo el universo queda reordenado y el hombre encuentra la imagen perfecta a la que puede aspirar porque Jesús viene a unirse con nosotros.

Zacarías señala que está a punto de realizarse lo que estaba anunciado. Pero también nos indica lo que podemos esperar. Nos ayuda a situar la Navidad no sólo como memoria de un hecho de la historia, sino como promesa de algo totalmente nuevo en nuestras vidas.